sábado, 27 de agosto de 2011

¡SOS! LLEGÓ A LA ADOLESCENCIA… ¿Y AHORA QUE HAGO?

Todos tenemos un lugar que nos inspira o un momento del día, qué se yo. En mi caso, tiendo a inspirarme en la cocina de mi casa, mientras hierve el arroz con canelita, clavo y cáscaras de limón. Tampoco sé porque cada vez que me siento a escribir con una idea, a las dos líneas termino escribiendo de otro tema…cosas de las musas.

Vayamos al tema.

Soy madre de un adolescente ¿Y AHORA QUE HAGO? Esa es la pregunta que acompaña mi día a día. A medida que pasan los años las decisiones que tomamos son cada vez más complicadas, pasamos del “¿qué ropita le pongo?” al “¿la dejo tener enamorado?” y muchas veces nos sentimos tan inseguros como lo están nuestros propios hijos, temblamos cada vez que nos dicen “¿te puedo preguntar algo?”. Cada día de estos años, sobre todo este último, me he acostado y despertado haciéndole una sola pregunta a Dios “¿ESTOY HACIENDO LO CORRECTO?” El efecto que puede tener esa sola pregunta en nuestras acciones y decisiones es simple y complicada a la vez, porque la respuesta no es de sí y no, infelizmente, y lo digo porque entonces nuestro mundo volvería estar en pie y no de cabeza, como lo está desde el día en que nos convertimos en padres.

La Biblia dice que en la multitud de consejeros está la sabiduría, pues bien, eso es lo que hice, buscar y preguntar y seguir buscando, aunque igual me levante por la mañana y me acueste por la noche preguntándome si tomé o no la mejor decisión. De hecho desde hace ya algunos meses vengo buscando ayuda, guía, paciencia, más ayuda, consejos, mucho más paciencia, tiempo, libros, estudios, muchisisísima más paciencia…para que ambas sobrevivamos esta etapa adolescente sin morir en el intento y noten que uso el plural, porque como dije antes tanto padres como hijos remamos el mismo bote.

¿PADRES O AMIGOS?

La crianza de los hijos es un asunto de lo más peliagudo, cada uno tiene sus propias ideas de cómo debe hacerlo, además estoy convencida de que la gran mayoría de padres pasamos por la etapa de “qué crezcan de una vez” y también por la de “¿porqué no te quedaste bebé?” ¡Qué contradicción! Nosotros, los afortunados padres, vamos creciendo juntamente con ellos, atravesamos todas las etapas juntos, no importa cuantos hijos tengamos, sea uno solo o cinco o seis (¿Qué? ¿no tienes tele?) porque cada uno es un mundo distinto, una experiencia distinta y también dolores de cabeza distintos.

La realidad, aunque no siempre los padres queremos reconocerlo, es que los hijos no se quedan bebés por siempre, ojala fuese así, pero como bien me dijo mi hija “Así es la vida pe’ má” Los niños crecen y su percepción del mundo que los rodea también. Pasamos por la etapa de la infancia y siguiendo la actual tendencia sicológica, siendo complacientes porque total “son niños”, “ya crecerán”, dejamos que niños de 2, 3 o 10 o 13 años tomen decisiones y tengan una libertad que no les corresponde a su edad. Les preguntamos desde qué quieren comer (como si nos fueran a contestar “brócoli” en vez de Mc Donald’s) hasta si quieren ir o no a algún sitio. Preferimos evitar los conflictos en casa, porque venimos cansados de trabajar, y dejar que ellos hagan lo que quieran, cuando quieran y como quieran con tal evitar una pataleta o de no verlos con las caras largas. Los dejamos porque creemos que es mejor ser “amigos” ser “buena onda” que ser padres con autoridad. Nos sacudimos la responsabilidad y se nos olvida, pues, que somos nosotros quienes mandamos en casa y no ellos.

Y créanme, yo he cometido ese error infinitas veces.

Van pasando los años y llega la temible adolescencia. Poco a poco van desprendiéndose de nosotros y van independizándose intelectual y emocionalmente, están en un proceso de cambio y descubrimiento de sí mismos. Es un proceso difícil para ellos, hay que darles la razón (manito al pecho, please). Entendamos que más allá de las muestras de rebeldía, existe una persona que se siente insegura a causa de sus propios cambios (los cambios físicos se dan antes que los psíquicos), que busca su individualidad intentando no ser como sus padres quienes a su vez, confundidos quizá por esos cambios físicos, les piden que se comporten o decidan como adultos, entonces como respuesta a esa frustración viene la agresividad y también, como no mencionarlo, está el factor hormonal jugándoles una mala pasada. Esta verdad, no ha cambiado ni cambiará. Los adolescentes son así.

Sin embargo, no entiendo que ha pasado en los últimos 20 o 30 años en cuanto al concepto del ser padres. Es como si hubiese habido un punto de quiebre, como si los nuevos papás decidieran ser distintos cambiando el modelo “antiguo” dándole un vuelco a la educación de los hijos, amparándose en tendencias psicológicas que ponen en tela de juicio todo lo recibido anteriormente, como si todo hubiese sido de la patada, de lo peor, totalmente equivocado. No sé ustedes, pero yo tan mal no he salido.

Entonces los chicos van creciendo con un sentido de libertad equivocado, con un sentido de amor y de afecto tergiversado y un sentido de seguridad y autoestima descaminado. Creemos que hacemos lo correcto al no ponerles límites y no ejercer nuestra autoridad, al dejarlos “ser”. Soy una madre con una fuerte tendencia consentidora, lo reconozco, pero a tanto no me llega como para que mi hija de 14 ande sola por la calle con los amigos a las 10 de la noche o que vaya a una discoteca, solo por poner unos ejemplos (aunque por esto último me soplé casi una semana de crisis, de llanto, de cara larga).

Es más, muchas veces cometemos el error de pensar que por que nuestros hijos fueron criados en “cuna evangélica” o porque nosotros somos cristianos, serán los niños más buenos, obedientes y santos del planeta ¡cuán equivocados estamos! Es más bien todo lo contrario. Los niños criados dentro de la burbuja evangélica tienden a rebelarse aún más que los niños que fueron criados fuera de ella y son el blanco predilecto de la presión social. Ser niños cristianos no los inmuniza de tener una naturaleza pecaminosa, más bien la Biblia nos enseña que los jóvenes (todos) son insensatos, son necios. Nosotros, oh santos padres cristianos, queremos creer que porque van a la iglesia no querrán ir a lugares que sabemos que no les convienen, que porque les enseñan a no mentir en la escuela dominical no nos van a engañar, no van a pecar, no van a meter la pata. Preferimos muchas veces ponernos una venda en los ojos y no ver lo que nuestros hijos, de cuna evangélica (o no) quieren hacer o hacen con nuestro permiso o sin el. No nos engañemos, ni seamos así de inocentes. Nosotros fuimos terneras alguna vez, que nosotros seamos cristianos y nuestros hijos hayan crecido siendo enseñados en las Escrituras no significa que el modo de actuar adolescente haya cambiado. Por otro lado, que la vaca recuerde cuando fue ternera va mucho más allá de simplemente dejar que se hagan el corte punk porque nosotros llevamos un afro o que se pinten el pelo de azul cuando nosotros lo llevamos rubio platinado o que sacudan el cuerpo con Britney Spears cuando nosotros lo hicimos en Woodstock. Como dice mi papá “eso es arroz”, es decir, eso no es lo importante. Es más bien recordar toda esa inseguridad, todas esas preguntas, toda esa presión, toda la frustración que sentimos cuando nosotros atravesamos esa etapa y comprenderla y ayudarlos, sin que esto nos libere de nuestra responsabilidad o nos convierta en padres-amigos.

Vuelvo a la pregunta, entonces ¿qué hacemos? La pregunta del millón, ¿no?

Como padres cristianos estamos conscientes de nuestra responsabilidad para con ellos y para con Dios en este sentido.

Como padres estamos llamados a criar a nuestros hijos, ejerciendo nuestra autoridad basada en el amor y temor a Dios. Ejercer nuestra autoridad quizá implique decir NO y tener que soportar caras largas. Ejercer nuestra autoridad implica establecer límites, enseñándoles que el concepto de AMOR Y LIBERTAD no es dejarlos hacer lo que les da la gana. Ejercer nuestra autoridad también en inculcarles valores que no solo deben respetar en casa, sino también fuera de ella. Ejercer autoridad, por otro lado, no significa escudarnos en el facilismo de la PROHIBICION. No creo, personalmente, en una educación restrictiva y prohibitiva sin ton si son, el hecho de que seamos cristianos no nos convierte en “ciudadanos de la burbuja celestial con sede en el planeta tierra”. Con prohibirles “por que lo digo yo” solo vamos a lograr que lo hagan a nuestras espaldas o en nuestra cara pelada, da igual como lo hagan pero de que lo hacen lo hacen. Para mí, la prohibición no genera confianza, más bien, desconfianza. Yo conozco amigas de mi hija que se deschavan cuando vienen a mi casa ¿porqué? Tampoco podemos darles una libertad que no es adecuada para su edad, ni permitirles que hagan lo que les de la gana con tal de ser padres-amigos, convenciéndonos que así aprenden, cuando más bien les creamos más angustia e inseguridad al lanzarlos a un mundo para el cual aún no están preparados y encima, después de dejarlos a su suerte, castigarlos porque metieron la pata.

Es más bien, a mi humilde entender, una mezcla de ambos. No podemos ser unos tiranos y mantenerlos encerrados entre las rejas de nuestra casa y tampoco ser unos blandengues padres pisados por nuestros manipuladores hijos. Como todo en la vida, debe haber un sano equilibrio.

Educarlos, guiarlos y disciplinarlos es una parte, la otra es confiar en Dios en primer lugar y en ellos también. Hay un lema que dice, “la confianza genera confianza” es decir, la confianza tiene dos caras. Por un lado tu confianza en Dios y por el otro lado la confianza que transmitimos a nuestros hijos. Dios te dice: “confía en mí, entrégame a tus hijos” y tú decides o no confiar en Dios. Tu hijo te pide permiso, se lo das (mensaje: confío en ti, en que llegaras a la hora que te digo, que irás donde me dices, etc) estás confiando en él. Tu hijo confía en que lo dejarás ir a un lugar donde estará seguro, que no es peligroso, es decir confía en tu juicio (aunque no lo diga o se moleste si le dices que no). Y a pesar de todas la educación, de toda la guía, de todos los consejos y todas las precauciones, igual se equivocarán, igual fallarán, porque te tengo una primicia,: nuestros hijos no aprenden de nuestros errores. Nosotros cometimos los nuestros y ellos cometerán los suyos propios. Es parte del proceso, es así como maduran. El “porque yo lo hice no quiere decir que le voy a permitir que lo haga también” no es la respuesta. Es prepararlos para pelear sus propias batallas, mostrarles el camino, mostrarles el error si se equivocaron y enseñarles a enfrentar las consecuencias de sus decisiones, premiándolos si hacen bien o disciplinándolos cuando corresponde hacerlo.

Ser padres no es una tarea fácil y ser padres de adolescentes es más complicado aún. La pregunta es ¿Qué tipo de padre quieres ser? Puedes ser un padre-amigo que le permite todo a sus hijos, que permite amigos dentro su cuarto, un padre-amigo que no pone límites pero que tampoco da mucho afecto o que no son capaces de entrar al cuarto de los hijos porque la puerta está cerrada y “respetan su privacidad”. O puedes ser un padre ejerciendo la autoridad de Dios en amor, que establece límites, que permite amigos en la sala y no en la cama, que dicen “te quiero” pero que son consistentes y regañan cuando tienen que hacerlo, que cumplen los castigos y premian lo bueno, que abrazan y besan aunque los rechacen, porque sabemos que todo eso es pura pose (bien que vienen corriendo a nuestra cama cuando tienen pesadillas o se acurrucan en nuestro regazo cuando tienen fiebre) que entran a los cuartos aunque la puerta esté cerrada y han aprendido a decir no aunque nos pongan cara larga por una semana.

Una vez que hemos decidido que clase de padres queremos ser, entonces solo nos queda como dije, educar, guiar, disciplinar y orar esperando que toda esa educación, toda esa guía y disciplina y sobre todo, toda esa Palabra los ayude a tomar las mejores decisiones.

PD Está etapa…también pasará. ;) Disfrútala..!!


Mary

La Rorra