lunes, 14 de febrero de 2011

YO JUEGO, TU JUEGAS, NOSOTROS JUGAMOS

¿A que no adivinan donde estoy? Les cuento que descubrí un nuevo huequito para mis rorradas bloguísticas, la verdad es que ya estaba un poco cansada del Starbucks (es que hay mucha gente x_x). Me gusta mucho mi nuevo refugio (y por supuesto también el café) y estoy tan emocionada que tengo dedorragia o lo que sea que eso signifique. En fin. Como siempre, yo sola me entiendo.

Hace unas semanas que vengo meditando respecto a un nuevo post, he tenido varias ideas rondándome por la cabeza pero por más que lo intentaba no lograba darle forma, la verdad es que andaba un poco frustrada al respecto. Siento decirles que esta Rorra estuvo un poco seca de ideas… hasta que hace poco le escuche algo a un pastor y cito “los musulmanes no juegan a la religión” y ¡plop mayúsculo! mis estimados lectores. Se me pararon todos los pelos al caer en cuenta que esa afirmación distaba mucho de ser una simple frase o una exageración. Esa verdad me cayó como un baldazo de agua fría. Creo que más bien se sintió como una cachetada de ida y vuelta, porque sentí que esa verdad me señalaba directamente a mi, con ese dedo acusador, con esa sensación de sentirse culpable porque sabes que lo eres o lo haz sido o lo estás siendo y sigamos conjugando, porque el que esté libre, que tire la primera piedra…o apague su ordenador.

Hace mucho tiempo que jugamos a ser cristianos. Es una verdad triste y dolorosa, pero por más que lo queramos ocultar, no se puede tapar el sol con un dedo (tampoco las cochinaditas porque tienen patas cortas, ja,ja!) Si observamos un poco a nuestro alrededor veremos que la realidad es que las congregaciones se han vuelto algo así como una burbuja elitista donde solo entran a los que escogemos para compartir nuestro saludo secreto y por supuesto que a lo que me refiero va más allá de ir bien vestidos, participar de todas las actividades y toooodas las cosas en las que nos involucramos y que se vuelven parte de nuestro activismo o rito cristiano. Este enfriamiento espiritual ha causado que nuestra conciencia colectiva se cauterice contra el mal que campea a sus anchas entre los nuestros, hemos dejado de ser conocidos como los “aleluyas”, los “come biblias” o los “hermanitos” y nos hemos mimetizado con el sistema mundano que nos rodea, ahora somos “cool”. Hemos hecho sacrificios y concesiones a nivel moral en aras de un supuesto modernismo con el fin de ganar prosélitos que han repercutido en el bienestar espiritual de la iglesia. Sí, quizá las congregaciones estén creciendo en número, pero los cementerios también.

Así que, seamos honestos y reconozcamos que la actual situación de la iglesia se debe a un solo factor: NOSOTROS, TU, YO, EL, ELLA, osea se trata, como siempre, del factor humano. No es que no lo sepamos, porque lo peor de todo, es que lo sabemos, nos lo dijeron, nos lo advirtieron, pero la verdad, no nos importa. Por eso digo, es triste y doloroso, pero cierto (y al que le caiga el guante que se lo chante).

Definitivamente, soy de las que cree que la salvación se pierde. Sé que hay muchos que creen que una vez que recibiste a Jesús en tu corazón como tu Señor y Salvador, eres salvo por siempre y para siempre (o una vez salvo siempre salvo). Yo no lo creo así. Tampoco creo que Jesús anda con su lápiz Mongol y su borrador azul y rojo y anda escribiendo y borrando, escribiendo y borrando cada vez que pecamos. Simplemente y basándome en las Escrituras, creo que hay ciertas cosas que ameritan la pérdida de nuestra Salvación. ¿O me van a decir que alguien que alguna vez fue cristiano y que vive en adulterio y que encima se sienta feliz con eso, siga siendo salvo? No lo creo. Alguien con una conciencia endurecida al pecado y que vive en pecado y que se regordea en su pecado, no puede ser salvo, aunque alguna vez haya sido una persona súper consagrada, llamada, usada y levantada por Dios. Y para muestra un botón: Saúl. Escogido y llamado por Dios, ungido, levantado, usado y desechado luego por su pecado.

Es que el libre albedrío es un arma de doble filo. Claro, Dios es sabio y quizá pensó “yo no quiero robotitos, no necesito más ángeles, no quiero que alguien me ame porque así está programado. No. Yo quiero que alguien me ame por su propia voluntad, sin ninguna obligación” así que nos hizo libres para decidir amarle, seguirle y honrarle, y libres también para decidir nuestro destino eterno. Pero lamentablemente, el hombre no es sabio, por eso hacemos lo que hacemos, seguimos lo seguimos y creemos lo que creemos aunque eso signifique creer en teorías sin pies ni cabezas, ideas estúpidas o sectas radicales. Y ya quisiéramos los cristianos ser así de consagrados como esos pobres ilusos. Y esa fue mi reflexión respecto a la frase del Pastor. Tomemos, por ejemplo, al islamismo. Muchos seguramente, cristianos o no, se preguntarán cómo es que una religión tan radical puede haberse multiplicado a la centésima potencia en tan poco tiempo, pues la respuesta es bien simple: los musulmanes no juegan a la religión, no juegan a ser musulmanes, no juegan con sus dogmas, no juegan con los mandatos del Alá, pues señores, Alá dijo y aunque eso signifique que se tengan que enchufar 10 kilotones de dinamita a la cintura y volarse en millones de partículas, no lo piensan ni lo negocian, simplemente lo hacen. La religión islámica tiene médula espinal, está arraigada en el corazón, la mente, el cuerpo en forma individual y colectiva.

¿Se imaginan que diferente sería nuestra vida, nuestro hogar, nuestro entorno o de que manera influenciaríamos nuestra comunidad si fuésemos una pizca de radicales de lo que son los musulmanes?

Sí, sabemos los cristianos que hacia el final de los tiempos la maldad alcanzará niveles alarmantes, aunque para ser sincera, si es que los niveles actuales de depravación y violencia no son alarmantes, no quiero imaginarme como será después si es que Cristo no viene pronto. Sabemos también que las religiones falsas avanzarán y las sectas proliferarán como espuma, así como también los falsos cristos. Pero y aquí viene el pero, Jesús nos exhortó a ser verdaderos discípulos y ser verdaderos discípulos implica mucho más que asistir a la iglesia los domingos, estudiar la Biblia y servir en algún ministerio. Y no digo que esté mal. Sí, hay que congregarnos. Sí, hay que estudiar la Biblia. Sí, hay que servir en el ministerio al cual hemos sido llamados por Dios. Sí, pero que no quede en un mero formalismo religioso. Como dijo Jesús, es necesario hacer esto sin dejar de hacer lo otro (paráfrasis mía).

Mis hermanos, un verdadero seguidor de Cristo amará en primer lugar y por sobre todas las cosas a Dios, sea como sea y cueste lo que cueste, aunque sea la vida misma. Un verdadero seguidor de Cristo amará su Palabra y se esforzará por cumplirla. Un verdadero seguidor de Cristo dará un buen testimonio no solo en la iglesia, si no y por sobre todo, a los “de afuera” para que nuestra predicación no solo sea de palabras, sino de hechos y que estos hechos hablen de nuestra vida, de nuestra integridad, de quienes somos y a quién seguimos, porque ya saben como va el dicho “dime con quién andas y te diré quién eres” ¡Cuántas veces me ha tocado presenciar el fin de una poderosa predicación con una actitud soberbia! ¡Cuántas veces me he dejado llevar por mi temperamento y he lastimado a alguien a quien quería ganar para Cristo! Y me pongo yo en primer lugar con tres golpes de pecho (por mi culpa, por mi culpa y por mi gran culpa) porque sé que soy la primera que seré juzgada por ser indiferente, fría y dura y los que dos o tres que me conocen pueden dar fe de que de mi caparazón no salgo aunque se esté cayendo el cielo, la luna y la mismísima vía láctea sobre medio Perú.

Así que ya es hora que la iglesia de Dios se despierte. Ya es hora que tú, que yo y que todos empecemos a vivir una vida que le agrade a Dios y que deje una buena impresión en aquellos que no conocen a Cristo. Vivamos como verdaderos seguidores de Cristo y que se note en nuestras conversaciones, en nuestras opiniones, cuando caminamos por las calles, cuando le predicamos a los desconocidos y más aún a nuestros conocidos, en nuestro trabajo, en el colegio, en las plazas, en las combis y aún en la misma congregación, que se note, insisto, que se refleje a Cristo en nuestras vidas.

Ya es hora que dejemos de jugar a ser cristianos y vivamos como verdaderos creyentes y seguidores de Cristo, porque entonces y solo entonces, Cristo será nuestra medula espinal, nuestro Centro, nuestro Universo. Unámonos y causemos estragos en territorio enemigo, salgamos de nuestras trincheras y luchemos con todas nuestras fuerzas en esta batalla a muerte por cada alma perdida y ganémoslos para Cristo. Y así cuando nos toque poner el pecho para recibir la bala, podremos mirar al diablo con una sonrisita cachacienta, sacarle la lengua y decirle “Yo me voy al cielo y tú te asarás en el infiero… lero lero”.

Si pues, aunque me excomulguen.