lunes, 16 de septiembre de 2013

La unión civil homosexual y los cristianos

Estimados todos. 

Como es mi costumbre, estoy en el ojo de la tormenta. Actualmente se debate la "ley homosexual" y ya el país está dividido entre moralistas e inmorales y tolerantes e intolerantes. Es imposible que exista un debate alturado en un tema que desata pasiones aún bajo la sotana, lugar donde supuestamente, "no se debería arder de pasión". 

Coincido plenamente con el autor del artículo- que reproduzco íntegramente seguida de éstas pocas líneas- y no porque sea mi esposo. En mi nada humilde opinión el Estado no puede hacer juicios sobre lo que es moral o inmoral, sino sobre lo que es legal o ilegal. El Perú es un estado democrático, de derecho, donde todos debemos ser iguales ante la ley, como lo somos ante los ojos de Dios. Independientemente de nuestras creencias o de lo que consideremos moral o inmoral, negarle derechos civiles a alguien porque no estemos de acuerdo con su vida (sus elecciones o decisiones), también es inmoral. Mientras nuestro país se llame Perú y no Vaticano, las opiniones de líderes eclesiásticos de cualquier denominación o creencia serán simplemente eso: opiniones, posturas o juicios de valor...

Otro si digo...Lo que propone el congresista Bruce es la "unión civil entre personas del mismo sexo"  y recalcamos civil. No está pidiendo en modo alguno que la iglesia realice matrimonios homosexuales. No está pidiendo que la iglesia católica o evangélica o budista, acepe cambiar sus dogmas y creencias o bajar sus estándares morales. NO! Lo que se pide es otorgarles derechos. Los mismos derechos de los que gozamos tú y yo; negros, blancos, chinos, cholos o mestizos; católicos, protestantes, budistas o ateos. Lo que se pide es que todos los peruanos por el simple hecho de ser peruanos y seres humanos puedan gozar de sus derechos civiles. Y recalcamos, civiles.

Somos un Estado de derecho, democrático y laico, donde ninguna denominación religiosa tiene (hasta el momento) poder civil. Es el Estado Peruano el que otorga o niega derechos, no las iglesias, curas, pastores o gurús. Negar derechos por juicios de moralidad o más bien debería decir "supuesta superioridad moral"  es tan inmoral como la discriminación racial o la esclavitud.

A César lo que es del César y a Dios o que es de Dios....

Si pues, aunque me excomulguen....


Escribe Manuel Cadenas Mujica

¿Tiene algo que decir un cristiano en el debate desatado por el proyecto de ley que ha presentado el congresista Carlos Bruce sobre la unión civil homosexual? Estoy seguro que todos diremos que sí.

Convencidos plenamente de tener toda la verdad de Dios en Jesucristo y su Palabra, nos manifestaremos en contra; diremos que un cristiano no puede aprobar una medida legal que atropella el modelo que Dios estableció para el matrimonio de hombre y mujer, porque así nos creó en el Edén, varón y hembra; argumentaremos sobre el declive moral de la sociedad y la familia si esa unión se permite; atribuiremos esta clase de propuestas a la influencia satánica y al advenimiento del día final. Pero en mi caso, sin negar varias de estas afirmaciones que conforman la cosmovisión cristiana, permítanme disentir.

Soy cristiano, evangélico, protestante, pero estoy convencido de que una ley de esa naturaleza es justa y si alguna objeción hemos de tener como ciudadanos, esta no se ha de sustentar en los principios bíblicos, la tradición o cualquier otra forma de normatividad cristiana. Espero poder explicar con claridad por qué.

Sin duda, es un tema extremadamente sensible tanto para la cristiandad en general como para la comunidad gay. Las acusaciones van y vienen desde ambas orillas. La cristiandad es acusada, en muchos casos no sin razón pero en otra gran proporción injustamente, de homofóbica. La comunidad gay, por su parte, recibe una andanada de epítetos francamente discriminadores, aunque sea cierto que también devuelva no pocas veces intolerancia por intolerancia.

LA RAÍZ HISTÓRICA

Como escritor cristiano, me corresponde hacer una autoevaluación de las razones que esgrime la cristiandad para oponerse al establecimiento de una unión civil para los homosexuales. He leído estupendos artículos a favor de esta medida legal, como los de la periodista Milagros Leiva, pero su abordaje se realiza desde una perspectiva laica y muy emotiva, sin que esto le quite ningún mérito. Me toca más bien tratar el tema desde un horizonte teológico, histórico y filosófico que, espero, permita a otros cristianos (principalmente evangélicos y protestantes) una reflexión, antes que una mera reacción, si esto fuera posible (permítaseme la utopía).

Gran parte de los dilemas éticos modernos por los que atraviesa la cristiandad se han originado en una situación histórica cuyos alcances no terminan de influir poderosamente tanto en los sectores católicos como no católicos: la pretensión de supremacía del poder espiritual sobre el poder temporal. Recordemos que durante largos siglos, desde que Constantino estableciera al cristianismo como la religión oficial del imperio y sobre todo luego de la caída de Roma occidental (476 d.C) hasta entrada la Edad Moderna, la cosmovisión cristiana fue hegemónica en el mundo occidental, y el poder “espiritual” se consubstanció con el poder temporal en Occidente.

Anacrónicamente podemos ser muy severos en cuestionar esa identificación, pero recordemos que fue una necesidad histórica que las autoridades de la Iglesia occidental asumieran la dirección política de Europa, derrumbado el edificio de la Roma imperial. Esa circunstancia fue interpretada teológicamente como el advenimiento del Reino de Dios (léase a Agustín y la Ciudad de Dios). De ese modo, la legislación civil se hizo una con la legislación religiosa, hasta que el Renacimiento, la Reforma Protestante y la Ilustración pusieran en tela de juicio esa pretendida identidad, anunciado la era que vivimos de separación de poderes civiles (temporales) y religiosos.

No es necesario explicar por qué el Renacimiento y la Ilustración impulsaron este cambio de cosmovisión. No obstante la iglesia protestante y evangélica olvida muchas veces que la raíz de su existencia se origina en un cambio de mentalidad teológica que no solo se relaciona al “sola fides, sola gratia, sola scriptura”, sino también a una nueva escatología que rompe con la identificación entre aquella hegemonía católico-romana con el advenimiento del Reino de Dios. Dicho de otro modo, el “ya pero todavía no” del Reino de Dios; la iglesia ya no puede pretender el poder temporal.

Sin embargo, tal división entre el poder temporal y el poder religioso que forma parte de las raíces protestantes no ha sido aceptado nunca del todo por la otra enorme rama de la cristiandad: el catolicismo. Apenas si ha sido tolerado muy a su pesar, y por eso la renuencia a aceptar plenamente el matrimonio civil, que trae como consecuencia la posibilidad del divorcio. En la mentalidad del “Reino de Dios aquí y ahora” el matrimonio civil es inferior al sacramento del matrimonio, y por eso el sacerdote como mediador autorizado ante Dios establece un vínculo mayor indisoluble salvo por su propio poder.

Sirva este ejemplo para afirmar que, entonces, cuando escuchamos a las autoridades religiosas de la iglesia romana negarse rotundamente a la unión civil de homosexuales o al matrimonio homosexual, no tendríamos que asombrarnos: están siendo absolutamente coherentes y consecuentes con la posición histórica de la iglesia católica, matizada por las reflexiones más abiertas y moderna de uno u otro pensador o autoridad, pero inquebrantable a nivel institucional en su pretensión de superioridad del poder espiritual sobre el poder civil.

Sería inconsecuente, en cambio, una posición recalcitrante de protestantes y evangélicos, puesto que en sus raíces históricas se encuentra la separación de estos dos poderes que dieron lugar a las naciones modernas, a las democracias occidentales y a los movimientos liberales (inclusive, a la independencia de las colonias españolas de la Metrópoli), y en esa separación de poderes, compete solo al Estado –laico– atender esta clase de decisiones sobre sus ciudadanos, sin discriminación de su sexo, raza, condición socioeconómica o religión.

Sin embargo, una negativa evangélica puede entenderse como los rezagos de una costumbre arraigada en América del Norte bajo la influencia de los movimientos pietistas y de la tradición católico-romana en América Latina de la que supuestamente se ha independizado en pos de una sola autoridad: la Biblia.

En resumen, los cristianos protestantes y evangélicos van en contra de sus propios principios cuando se niegan a aceptar que la decisión de aprobar la unión civil de homosexuales sea exclusiva del Estado laico. En cambio, los cristianos católicos son consecuentes cuando se oponen a ello. Pero en ambos casos, lo concreto es que vivimos en una sociedad laica y, más allá de nuestras creencias y convicciones, corresponde respetar la cosmovisión ajena y la decisión de las autoridades.

CHOQUE DE COSMOVISIONES

Por otra parte, sobre esa cosmovisión cristiana, existe mucha desinformación tanto en la cristiandad como en los sectores no cristianos. Quiero limitarme a lo que enseña la Escritura, por ser el territorio que mejor conozco, y que en teoría es que el que aceptan las iglesias evangélicas y protestantes.

Según las Escrituras, la existencia de la humanidad es obra de la inteligencia y voluntad divinas. Es decir, un acto de creación, tal cual se expresa en el libro de Génesis. Y esa creación original del género humano, en perfecta armonía con la voluntad divina, se establece en una dualidad complementaria: hombre y mujer, intrínsecamente asociada a la masculinidad y feminidad. No existe en el pensamiento bíblico disociación al respecto; vale decir, que la voluntad divina solo admite masculinidad en el hombre y feminidad en la mujer y la unión sexual exclusiva heterosexual.

No obstante, a lo largo del Antiguo Testamento, hay un amplio registro de la orientación homosexual, sin que esto signifique su tolerancia en términos religiosos. Es decir, la orientación homosexual no es aprobada como expresión de la voluntad de Dios, sino todo lo contrario: se reseña como contraria a ella, y en el antiguo Israel (una teocracia, donde el poder civil y religioso eran uno solo) era ilegal, un delito severamente penado. Con un matiz diferente se piensa en el Nuevo Testamento. En una cultura que permitía abiertamente la homosexualidad como era la greco-romana, Pablo incluye la vivencia homosexual en la lista de conductas desaprobadas por Dios (pecados) y que impedirán la admisión en el Reino de Jesucristo, aunque tengan aprobación legal.

A la mentalidad moderna, esto debe sonar bastante retrógrado y hacerle muy mala publicidad a la causa de Dios. Pero, sin por ello dorar la píldora, es necesario realizar algunas aclaraciones sobre inferencias que, a mi parecer, son las que en verdad ocasionan gran parte de las susceptibilidades y malos entendidos.

En primer lugar, la palabra “pecado” lleva en sí una carga semántica que ha sido estirada de una manera impropia, usándosele para satanizar algunas conductas y pasar por agua tibia otras (pecados veniales y pecados mortales). Como cualquier exégeta de la Escritura sabe, la acepción más ampliamente registrada es la de “no dar en el blanco”. Esto quiere decir, que la conducta conocida como pecado hace referencia a una conducta o acción humana que apunta en una dirección contraria a la que Dios desea. Y, en una segunda acepción, señala a las tendencias naturales, innatas, genéticas del ser humano que se dirigen hacia aquellas conductas reñidas con la voluntad divina, sin que pueda hacer mucho por evitarlas.

En ese sentido, cuando se habla hoy de la homosexualidad como una orientación sexual innata, aprendida, decidida o aceptada por un ser humano, se equivocan los cristianos que preferirían verla como una “aberración” o una “desviación” antinatural, fruto de violaciones, mala crianza, malos ejemplos o cualquier otra causa. Todo lo contrario: es una orientación totalmente natural de algunos seres humanos.

Lo que la Biblia enseña es que esa orientación natural no comulga con la voluntad divina. Se trata de una valoración moral de esa conducta y orientación, no de una interpretación sicológica.  Se trata de una valoración moral a partir de una interpretación antropológica, puesto que nace de lo que la Escritura concibe como ser humano. No se trata de una valoración legal, mucho menos de una valoración existencial.

Vale decir, el hecho de que para los cristianos la Biblia enseñe que la homosexualidad no es una conducta y orientación que Dios apruebe, no quiere decir que Dios haya dado facultades a los cristianos para maltratar, segregar, menospreciar, caricaturizar y negar sus derechos a quienes han decidido que esa es la orientación que quieren darle a sus vidas, porque ni Dios mismo lo hace. Dios expresa en las Escrituras cómo Él quisiera que los seres humanos decidan vivir, pero no impone su voluntad; deja a los seres humanos decidirlo libremente y asumir las consecuencias de sus decisiones. Y algo más importante aún: Jesús expresa que sea cual fuere la decisión que el ser humano tome, lo ama profunda e incondicionalmente, y siempre estará a la espera de que decida lo contrario.

LA PAJA EN EL OJO AJENO

Lastimosamente, y lo digo con no poca vergüenza, los cristianos de todas las confesiones hemos asumido, muchas veces, una absurda actitud de superioridad moral que es completamente contraria a las enseñanzas de Jesús. Como si el hecho de ser cristianos nos confiriera algún tipo de autoridad intrínseca para mirar en la paja del ojo ajeno. Nuestro Maestro nos dice que mejor miremos primero la viga que está en el nuestro.

¿No hay cristianos homosexuales? Preciso aún más la pregunta: ¿acaso no hay cristianos en cuyo interior la demanda homosexual natural, innata, genética, está también presente? Claro que sí. La única diferencia es que, a diferencia de otros seres humanos que han tomado la decisión de vivir en consecuencia con esa orientación, de dejarla aflorar y desarrollarse libremente, los cristianos con tendencia homosexual tomaron la decisión contraria, en su convicción de que prefieren armonizar sus vidas con la voluntad de Dios expresada en las Escrituras, aunque ello implique no pocos conflictos y luchas interiores, para las que se saben asistidos por el poder divino del Espíritu de Cristo que vive en ellos.

Sin duda, esto parecerá una reverenda estupidez para quien no tiene esa misma convicción (o no cree en la existencia del Dios de la Biblia) y será considerado un suicidio emocional para los partidarios de que la más saludable decisión es vivir en concordancia con su orientación homosexual. Pero es aquí donde debe venir en auxilio la otra cara de la tolerancia: esta es una decisión que también debe respetarse, sin caricaturizarla ni ridiculizarla.

Así como el cristiano debe rehuir a la vanidosa pretensión de superioridad moral por considerar que a la luz de la Biblia la orientación homosexual no “da en el blanco” de la voluntad divina (como muchas otras orientaciones de la naturaleza humana), y debe abstenerse de negar a otros seres humanos los mismos derechos legales de los que él goza (la unión civil y el matrimonio, por ejemplo); tampoco el no cristiano debe pretender que el cristianismo abjure de sus creencias para ir en pos de lo “políticamente correcto”.

Para resumir, cito a mi esposa, con quien coincidimos en estas apreciaciones: “El Estado no puede hacer juicios sobre lo que es moral o inmoral, sino sobre lo que es legal o ilegal. El Perú es un estado democrático, de derecho, donde todos debemos ser iguales ante la ley, como lo somos ante los ojos de Dios. Independientemente de nuestras creencias o de lo que consideremos moral o inmoral, negarle derechos civiles a alguien porque no estemos de acuerdo con su vida, también es inmoral. Mientras nuestro país se llame Perú y no Vaticano, las opiniones de líderes eclesiásticos de cualquier denominación o creencia serán simplemente eso: opiniones, posturas o juicios de valor”.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ni machismo ni feminismo, sino todo lo contrario

Escribe Manuel Cadenas Mujica

 Circula en diversos ámbitos la idea de que el pensamiento bíblico cristiano es esencialmente machista. Específicamente Pablo es sindicado por muchos comentaristas como un exponente de esta clase de tendencia a partir de algunas afirmaciones de sus cartas, e incluso se le ha contrapuesto a la figura de Jesús de Nazaret, quien como es ampliamente conocido no dio motivo alguno para recibir esa calificación, rodeado como estuvo de mujeres que con gran fidelidad y dedicación lo acompañaron en su labor durante sus tres años de ministerio terrenal y aún después, sin que él mostrase el menor talante discriminador, a diferencia de muchos líderes de su época.

Sin embargo, como suele suceder cuando se leen textos escritos hace dos mil años con ojos posmodernos y anteojos ideológicos, no se le hace justicia al gran rabino y apóstol. Más allá de aquellas afirmaciones que deben ser interpretadas en su respectivo contexto histórico, situacional, literario y teológico, hay dos elementos que nos permiten desechar esa idea rotundamente. El primero, que igual que Jesucristo, el ministerio de Pablo estuvo siempre compartido hombro a hombro con mujeres, que recibieron responsabilidades muy importantes, como refieren los saludos de sus cartas y otras referencias. Y el segundo, la afirmación más categórica del Nuevo Testamento acerca del rol de la mujer en el reino de Dios:

“Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer,
porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”.
(Gálatas 3:28 Nueva Traducción Viviente).

A fuerza de soslayar estas evidencias y de asumir los prejuicios y modas ideológicas contemporáneas (mayoritariamente ateas o agnósticas), gran parte del pensamiento cristiano y no cristiano no ha sabido tener el cuidado que demanda el viejo refrán medieval recogido por Lutero: “Das Kind nicht mit dem Bade ausschütten”, que traducido es: “No tirar al bebé junto con el agua del baño”. Un refrán que aplica a la locura de quienes, por deshacerse de algo malo, desechan también todo lo bueno.

Decididas a corregir los males que ha traído el machismo a la humanidad –en especial, al género femenino–, o en su afán de prevenir los inconvenientes que el feminismo podría acarrear a las sociedades, ellas y ellos han descartado la profunda sabiduría que contiene el pensamiento bíblico cristiano en relación a los roles diferenciados y complementarios que varones y mujeres han recibido como responsabilidad vital de parte de Dios en la ecología del Reino.

“Ni machismo, ni feminismo, sino todo lo contrario”; si bien como una anecdótica afirmación política resultó jocosamente contradictoria, aplicada a este tema la frase adquiere más bien una dimensión profunda y seria, por cuanto ambos extremos ideológicos han incurrido en iguales distorsiones.

El machismo ha sido definido semánticamente por el DRAE como una expresión derivada de la palabra “macho” que consiste en una actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres. Pero en su sentido más estricto, hace referencia a un conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la negación de la mujer como sujeto. Esto se expresa de diversas maneras: leyes discriminatorias hacia la mujer, diferencia de tratamiento en el caso del adulterio o embarazo prematrimonial, discriminación en las actividades económicas y la división del trabajo, negación del derecho a voto u otros derechos civiles, educación sexista y, cómo no, discriminación religiosa, no podemos negarlo.

Su contraparte, el feminismo, es un conjunto muy amplio de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos, cuyo punto de confluencia es el objetivo de conseguir la igualdad de derechos entre varones y mujeres, en tanto que seres genéricamente humanos. Ideología eminentemente crítica, que se ha definido históricamente por contradicción, ha obtenido importantes cambios sociales: el sufragio femenino, el empleo igualitario, el derecho a solicitar el divorcio, el derecho de controlar sus propios cuerpos y decisiones médicas como el aborto o interrupción voluntaria del embarazo, entre otros.

Hasta ahí, bien con casi todo. Pero precisamente porque equivocadamente el machismo ha pretendido por siglos contar con el aval de la revelación bíblica, el segundo ha terminado “tirando al bebé junto con el agua del baño”. Es decir, ha ido forjando un pensamiento en el que se niega la existencia de un “rol femenino” propiamente dicho fruto de una realidad consubstancial  a la mujer, y lo atribuye a la mera construcción cultural. Es decir, cuestiona cualquier construcción de la feminidad y de la mujer –incluido el bíblico– por haber sido forjado en el contexto de una visión del mundo “androcentrista”.

Es más: por esa misma razón el feminismo también cuestiona la construcción de la masculinidad, del concepto de varón, considerándolo igualmente artificial, cultural. De ahí su decidido apoyo a los movimientos homosexuales en su amplia gama de expresiones.

Aquí volvemos a nuestra premisa: no se hace justicia a la Escritura cuando se le atribuye machismo, como tampoco se le haría justicia si se le atribuyese feminismo. Aunque la Palabra de Dios registra, sin duda, el pensamiento y conducta machista del mundo antiguo, eso no quiere decir que lo avale. La revelación divina encarnada luego en Jesucristo nos conduce por otro derrotero que, de un lado, descarta ambos extremos y, de otro, recala en territorios en los que es necesario aceptar como punto de partida una voluntad creadora divina y un diseño de géneros complementario.

En cierto modo, no se equivocaría el feminismo si señalase que este diseño de géneros bíblico es un producto cultural. Claro que lo es. Sin embargo, para los hombres y mujeres que creemos en la existencia de un Ser Supremo Creador de todo lo existente, encarnado y revelado en Jesús de Nazaret, este producto cultural no es humano, pues tiene un origen supremo y perfecto.  Uno en el que la feminidad y la masculinidad ni se excluyen ni se atropellan en ningún sentido, sino que, por el contrario crean una sinergia de enorme potencia.

Así, la enseñanza bíblica sobre la sujeción de la esposa al esposo en el matrimonio no es machista en forma alguna si se toma en cuenta que el esposo, como contraparte, tiene el deber de amarla “tal como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella”. Es decir, de una manera sacrificial y superlativa. ¿O acaso pensamos que la obediencia de los hijos a los padres, o de los empleados a sus empleadores, establece una afrenta a su condición igualitariamente humana? Iguales pero diferentes; un juego de roles de perfecta armonía, una ecología social cuyos frutos hablan por sí mismos sanamente aplicados en el núcleo familiar.

Eso no establece supremacías de ningún tipo o supone que en materias como la parental, familiar, laboral o profesional, entre otras, varón o mujer sean más o menos aptos, superiores ninguno respecto del otro. De hecho, las extraordinarias mujeres solteras o viudas que deben asumir el rol de padre y madre (como parece haber sido el caso de la madre del propio Jesús y de varias figuras de la antigüedad bíblica) son una realidad que elimina de plano esa clase de paradigmas machistas (como el de la fortaleza masculina y la debilidad femenina, o el de “los hombres no lloran” y “las mujeres a la cocina”, por citar los menos nocivos) que tanto daño han ocasionado al mensaje de las buenas noticias de Jesucristo.

Que todos los hombres y mujeres que hemos abrazado el mensaje del evangelio podamos vivir plenamente en esa ecología de origen divino. Que nuestra masculinidad y feminidad brillen con la luz intensa del propósito divino, honrando a un Dios que no hace acepción de personas, lejos de machismos obsoletos y de feminismos que terminan arrojando al bebé junto con el agua del baño.

martes, 19 de febrero de 2013

MATERIA GRIS VOL.2 ...LA SAGA CONTINÚA


MATERIA GRIS VOL. 2...LA SAGA CONTINÚA

Hace ya mucho tiempo que no escribo. Lo siento. He estado entretenida en algo que se llama "matrimonio".
Nou, nou…ese no es el tema de hoy.

Espero me permitan volver a los viejos tiempos, en los que los demás dicen algo y yo me opongo...sanamente, aclarando siempre.

Sé que voy siempre en contra de la corriente.  Y que muchos dicen que soy rebelde. En mi defensa permítanme decir que no es del todo así.  Mis famosas teorías rorrales tienen su razón de ser.

Les voy a contar un poquito… mis padres me criaron con una fuerte inclinación al pensamiento crítico, la  reflexión y el análisis, me enseñaron a no opinar por opinar (“¿qué cosa has dicho?”) porque uno no puede andar por la vida largando cualquier cosa que se le viene a la cabeza, no?? Debía sustentar mis acciones, opiniones o inclinaciones aunque estas no estuvieran de acuerdo con el pensamiento común o no fueran políticamente correctas y reconozco que muchas veces les provoqué aparecimiento prematuro de canas con cada locudez que se me ocurría, la voz de mi mami con su “¡explícamelo en este momento!” hacían que mi cerebro produjera líneas argumentales a la velocidad de un rayo. Mi papito, en particular, me inculcó el hábito y el amor por la lectura, el interés por la historia y la política, también me enseñó el costo-beneficio no expresar libremente las emociones: "si no lloras, te llevo al cine" y que hay cosas que son así porque simplemente lo son y uno qué rayos puede hacer: "así son los indios" así que caballero nomás. De mi mamita aprendí a apechugar, como dicen por ahí, a que uno tiene que ser correcto e íntegro en toda circunstancia y a no casarse con nadie, aunque sea de tu propia familia (lo siento Don Corleone).

PAPI Y MAMI: gracias por enseñarme que en la vida una puede ser cualquier cosa, menos CALABAZA.

Conversaba al respecto con mi esposo, mientras disfrutaba de una larga caminata nocturna, e intentaba explicarle que por todo lo anteriormente expuesto, yo no critico, yo invito a la reflexión; yo no floreo, yo argumento; yo no discuto, yo debato. Finalmente llegamos a la conclusión de que muy probablemente equivoqué mi profesión, y que tampoco sirva para cualquier especialidad en la que se requiera algún tipo de empatía.

Ando pensando que tal vez la política sea lo mío…mmm…no, paso.

Habiendo hecho las aclaraciones del caso -pa´que no se quejen - voy al tema en cuestión.

PREMISA: Sostengo que Dios no hace las cosas por aburrimiento. Dudo mucho que Dios haya decidido un día que al muñequito que hizo con arcilla le faltaba un motorcito para que se mueva. No lo creo.  Por ello, estoy firmemente convencida que el cerebro tiene su razón de ser, aunque los evangélicos nos enterquemos en creer lo contrario.

ARGUMENTO:
Particularmente, me gusta usar mi materia gris, por eso no soy ni seré de esas que acepta cualquier doctrina, teoría, método, excusa o palabreo, solo porque lo dijo el pastor fulanito, porque menganito sale en la tele, porque sultanito canta muy bonito o porque perencejo escribió lo libro tal o cual.

Por eso, para mi es siempre lamentable observar como la gente toma aquellas cosas que se dicen, que se leen, que se ven o que les dicen que hagan o acepten, sin hacer un análisis bíblico o por lo menos usen el sentido común. De ahí mi célebre –o no tan célebre- teoría del "fenómeno de descerebramiento voluntario posconversión evangélica" y aprovecho la oportunidad para acotar que aunque me hinche los ovarios esta costumbre de la iglesia actual, respeto la decisión personal de cada quien y cada cuánto a despojarse de tan preciado patrimonio corporal.

Por este fenómeno, últimamente, los evangélicos andamos en una órbita insufrible.

Cerrados en que “su” visión, “su” método, “su” pastor y millones de “sus” más, son los sacrosantos elegidos y la “verdadera” expresión del cristianismo. Y lo peor es que todos lo aceptan a rajatablas, sin pensar que probablemente hay un mundo fuera de su burbujita espiritualoide. Que quizá, solo quizá, pueda haber cabida para otras formas de predicar, otras formas de servir, otras culturas y formas de pensar que requieren que optemos por ser un poco más open mind.

Tal vez están pensando que eso no es “cristianamente” correcto.  Que los evangélicos no podemos ser open mind. Que porque eres cristiano evangélico, que porque tienes tantos estudios bíblicos, que eso es para mundanos, que eres esto y aquello.

Con mucha seguridad ya me estarán tildando de rebelde, hereje o universalista o qué sé yo.  Lo que piensen de mí por pensar de una manera tan poco ortodoxa, carece de mayor trascendencia. Lo que importa es lo que Dios piense de mí y de la manera cómo me conduzco por la vida. Y siento informarles que por mucho que se esfuercen, Dios no les ha dicho que piensa de mí.

La verdad de la milanesa es que no importa cómo piense yo de alguien, lo que en realidad es trascendente es cómo responderemos ante Dios. Yo no responderé por ustedes. Ustedes no responderán por mí.
Así que en serio, perdónenme por pincharles el globo, pero en verdad, no importa cuán sacrosanto creas ser, a la hora de los loros  no utilizar el sentido común y la reflexión limita nuestra práctica del cristianismo verdadero, nos aleja mucho de lo que realmente significa ser cristiano, nos ciega, nos deja vulnerables y caemos redondidos, sin siquiera percatarnos,  en el legalismo literalista que tanto criticó nuestro Señor -¿Qué no recuerdan a los fariseos y saduceos?-  para finalmente  restarnos esa capacidad natural de entender que Jesús no era un marciano místico.

Recordemos que fue precisamente Jesús, el primero que usó métodos poco ortodoxos para su época, ocasionando gran escándalo y condena generalizada entre los religiosos. Buscaban la manera de desprestigiarlo a como de lugar. Pero de nada sirvió que lo expusieran, que lo provocaran. Jesús nunca les pisó el palito y continuó anunciando las Buenas Nuevas sin regirse tan solo por los modelos y métodos dogmáticos o lo que podríamos decir “judíamente correctos”.

Siguiendo al modelo por antonomasia, no es válido entonces eso de mandar a la chusma a todos los que no se confiesan evangélicos, que no cantan como nosotros cantamos, que no levantan las manos, que no gritan "amén", que no “caen en descanso”. Tampoco el vestirnos el disfraz de la santidad como subterfugio para discriminar a los "mundanos" o para sentirnos moralmente superiores. Eso de mirar de reojo a la hermanita que no se tapa hasta el cuello, ya fue.

Jesús nunca predicó un evangelio de condenación. Pregonar que nos freiremos eternamente en la sartén del infierno y que nos morderán por siempre los gusanos no es un argumento válido.  Ojo que no estoy diciendo que el infierno no existe o cualquier otra tontera legalista que estén pensando en este momento. Tengamos por seguro que cuando uno les “predica” el evangelio de la amenaza, usando términos o métodos que Jesús no usó ni avala,  el efecto es totalmente contrario.  ¿Qué tiene de “buenas” las “nuevas” de que estoy condenado a tortura perpetua sin lugar a apelación en un lago de fuego y azufre?

  

Duro, pero cierto. Yo tampoco creería en un Dios así.

Incluso, invitar a la congregación a alguien puede resultar contraproducente. La explicación es bien simple: hay una enorme diferencia entre convencimiento y convicción. Uno puede ser convencido de una postura en particular, pero si no existe convicción, no produce un efecto a largo plazo*. Ergo, mandarse un floro de 1 hora o 45 minutos sea mejor o  más efectivo, aún para los propios cristianos.

Por favor predicadores, entiéndalo: la efectividad no está directamente relacionada a la cantidad de palabras por minuto que puedan producir.  

Jesús es un claro ejemplo de efectividad.

Además, él como cualquier varón, era denotativo, era simple, decía las cosas de frente y sin anestesia. Jesús decía las cosas que quería decir y punto, sin nada de mensajes crípticos ni subliminales. Cuando decía "No robar" quería decir simplemente eso "no robar", no que "según el texto griego no robar se refería a que en el contexto socioeconómico de la época y el uso de la sintaxis de arameo original..." ¡noooo,!

Lamentablemente a ese bla bla bla nos han acostumbrado los predicadores actualmente, por puro ego, diría yo, para el "asu mare que cuánto sabe" al final del servicio y que la comunidad evangélica celebra con aplauso y entusiasmo generalizado.

Es ilógico en estos tiempos en los que una simple palabra puede comunicar una infinidad de cosas, que puede abrir más puertas y llegar a muchas más personas, para muestra una sola sílaba:

"NO"
NO a la revocatoria.

NO a la discriminación.

NO  a la corrida de toros.

NO al retorno de Menudo.

NO soy de derecha ni de izquierda, sino todo lo contrario – Fujimori.

Uff, tantas cosas, ¿verdad?

Pregunto entonces ¿qué sentido tiene torturar a la audiencia con semejante monólogo?

Un consejo: resérvenlo para una clase maestra, les aseguro que tendrá mucho mejor aceptación y observarán una notable disminución de bostezos.

OTRO SI: Los ángeles no son pequeños bebecitos semidesnudos con sus arpitas, ni el diablo es un hombre rojo con su eterna sonrisa sarcástica bajo unos prominentes bigotes, tridente, cachos y cola. Dios no está viejo ni se parece a Papanoel.

Leer y escuchar reflexivamente (es decir pensando) el evangelio sin caricaturas mentales ni doctrinas preconcebidas y partiendo de la premisa de que el evangelio es simple y sencillo, más bien, nos ayudará a vivir un cristianismo más efectivo, más honesto, más humano, menos místico, menos espiritualoide, más de acuerdo con la forma en que Jesús vivió.

Podremos decir más SI y menos NO a formas poco ortodoxas de predicar el evangelio. A aceptar algunas ideas que aunque están fuera del libreto pueden ser bienvenidas.

Hay tanta gente que aunque no se declara evangélico, es más evangélico que los evangélicos más acérrimos y son capaces de comprender lo que los evangélicos salidos del clóset no entienden: el cristianismo verdadero es simple y es práctico.  Cero enredos.

El mismo Jesús lo dijo, también lo dijo Pablo. "Si haces esto por el más pequeño...", "dices que tienes fe, pero no tienes obras"...

Así que condenar o tildar de herejes a quienes usando métodos poco ortodoxos dentro del costumbrismo evangélico, simplemente no vá.

Que si predicamos 5 minutos no es prédica, tampoco vá.

Esta actitud me hace recordar que allá por los tiempos en los que Jesús se paseaba por estas tierras de pecadores, sus discípulos –que en ese tiempo sufrían se juraban la última coca cola del desierto- le “advierten” a Jesús  que un patita andaba echando demonios en Su nombre: “pero le dijimos que no lo hiciera, porque no era de nuestro grupo” (Marcos 9:38 NTV).

¡Máaaaas sectarios!

Pero Jesús, pues, les dio su pepita diaria de ubicaína: “No lo detengan! —dijo Jesús—. Nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí.  Todo el que no está en contra de nosotros está a nuestro favor.  Si alguien les da a ustedes incluso un vaso de agua porque pertenecen al Mesías, les digo la verdad, esa persona ciertamente será recompensada” (vs 40-41 NTV).



Pero el asunto no quedó allí, Jesús advirtió que con si con su proceder, su actitud, su testimonio, sus acciones, sus palabras, etc haces que alguien caiga en pecado, pues harakiri. Así que cuidadito.

FINALMENTE,
A mi entender, no se paga un sencillo al descerebrarse: hablar, actuar y aceptar sin pensar deja más estragos que terremoto de 9 grados.  No importa sobre qué tema o qué área, el resultado es generalmente el mismo: catástrofe.

Créanme, todo este testamento tuvo como única finalidad invitarlos a la reflexión. A pensar por un cuarto de segundo fuera del libreto evangélico.

Porque ¿De qué nos sirve llenarnos de teología? ¿De qué nos sirve el literalismo? ¿De qué nos sirve el puritanismo? ¿De qué nos sirve ir al show de los domingos si seguimos siendo tan indiferentes e indolentes con el dolor y las carencias ajenas? De nada.

No, perdón, me corrijo. Nos hace mejores religiosos.

Ya pues. Dejémonos de cuatro cosas. Te lo ruego. Usa el cerebro.

Si pues, aunque me excomulguen.

PD. A ver si lo entienden: SI

*(para mayor referencia léase la parábola del sembrador)