lunes, 15 de mayo de 2017
De vuelta al barrio
lunes, 16 de septiembre de 2013
La unión civil homosexual y los cristianos
Estimados todos.
Escribe Manuel Cadenas Mujica
Convencidos plenamente de tener toda la verdad de Dios en Jesucristo y su Palabra, nos manifestaremos en contra; diremos que un cristiano no puede aprobar una medida legal que atropella el modelo que Dios estableció para el matrimonio de hombre y mujer, porque así nos creó en el Edén, varón y hembra; argumentaremos sobre el declive moral de la sociedad y la familia si esa unión se permite; atribuiremos esta clase de propuestas a la influencia satánica y al advenimiento del día final. Pero en mi caso, sin negar varias de estas afirmaciones que conforman la cosmovisión cristiana, permítanme disentir.
Soy cristiano, evangélico, protestante, pero estoy convencido de que una ley de esa naturaleza es justa y si alguna objeción hemos de tener como ciudadanos, esta no se ha de sustentar en los principios bíblicos, la tradición o cualquier otra forma de normatividad cristiana. Espero poder explicar con claridad por qué.
Sin duda, es un tema extremadamente sensible tanto para la cristiandad en general como para la comunidad gay. Las acusaciones van y vienen desde ambas orillas. La cristiandad es acusada, en muchos casos no sin razón pero en otra gran proporción injustamente, de homofóbica. La comunidad gay, por su parte, recibe una andanada de epítetos francamente discriminadores, aunque sea cierto que también devuelva no pocas veces intolerancia por intolerancia.
LA RAÍZ HISTÓRICA
Como escritor cristiano, me corresponde hacer una autoevaluación de las razones que esgrime la cristiandad para oponerse al establecimiento de una unión civil para los homosexuales. He leído estupendos artículos a favor de esta medida legal, como los de la periodista Milagros Leiva, pero su abordaje se realiza desde una perspectiva laica y muy emotiva, sin que esto le quite ningún mérito. Me toca más bien tratar el tema desde un horizonte teológico, histórico y filosófico que, espero, permita a otros cristianos (principalmente evangélicos y protestantes) una reflexión, antes que una mera reacción, si esto fuera posible (permítaseme la utopía).
Gran parte de los dilemas éticos modernos por los que atraviesa la cristiandad se han originado en una situación histórica cuyos alcances no terminan de influir poderosamente tanto en los sectores católicos como no católicos: la pretensión de supremacía del poder espiritual sobre el poder temporal. Recordemos que durante largos siglos, desde que Constantino estableciera al cristianismo como la religión oficial del imperio y sobre todo luego de la caída de Roma occidental (476 d.C) hasta entrada la Edad Moderna, la cosmovisión cristiana fue hegemónica en el mundo occidental, y el poder “espiritual” se consubstanció con el poder temporal en Occidente.
Anacrónicamente podemos ser muy severos en cuestionar esa identificación, pero recordemos que fue una necesidad histórica que las autoridades de la Iglesia occidental asumieran la dirección política de Europa, derrumbado el edificio de la Roma imperial. Esa circunstancia fue interpretada teológicamente como el advenimiento del Reino de Dios (léase a Agustín y la Ciudad de Dios). De ese modo, la legislación civil se hizo una con la legislación religiosa, hasta que el Renacimiento, la Reforma Protestante y la Ilustración pusieran en tela de juicio esa pretendida identidad, anunciado la era que vivimos de separación de poderes civiles (temporales) y religiosos.
No es necesario explicar por qué el Renacimiento y la Ilustración impulsaron este cambio de cosmovisión. No obstante la iglesia protestante y evangélica olvida muchas veces que la raíz de su existencia se origina en un cambio de mentalidad teológica que no solo se relaciona al “sola fides, sola gratia, sola scriptura”, sino también a una nueva escatología que rompe con la identificación entre aquella hegemonía católico-romana con el advenimiento del Reino de Dios. Dicho de otro modo, el “ya pero todavía no” del Reino de Dios; la iglesia ya no puede pretender el poder temporal.
Sin embargo, tal división entre el poder temporal y el poder religioso que forma parte de las raíces protestantes no ha sido aceptado nunca del todo por la otra enorme rama de la cristiandad: el catolicismo. Apenas si ha sido tolerado muy a su pesar, y por eso la renuencia a aceptar plenamente el matrimonio civil, que trae como consecuencia la posibilidad del divorcio. En la mentalidad del “Reino de Dios aquí y ahora” el matrimonio civil es inferior al sacramento del matrimonio, y por eso el sacerdote como mediador autorizado ante Dios establece un vínculo mayor indisoluble salvo por su propio poder.
Sirva este ejemplo para afirmar que, entonces, cuando escuchamos a las autoridades religiosas de la iglesia romana negarse rotundamente a la unión civil de homosexuales o al matrimonio homosexual, no tendríamos que asombrarnos: están siendo absolutamente coherentes y consecuentes con la posición histórica de la iglesia católica, matizada por las reflexiones más abiertas y moderna de uno u otro pensador o autoridad, pero inquebrantable a nivel institucional en su pretensión de superioridad del poder espiritual sobre el poder civil.
Sería inconsecuente, en cambio, una posición recalcitrante de protestantes y evangélicos, puesto que en sus raíces históricas se encuentra la separación de estos dos poderes que dieron lugar a las naciones modernas, a las democracias occidentales y a los movimientos liberales (inclusive, a la independencia de las colonias españolas de la Metrópoli), y en esa separación de poderes, compete solo al Estado –laico– atender esta clase de decisiones sobre sus ciudadanos, sin discriminación de su sexo, raza, condición socioeconómica o religión.
Sin embargo, una negativa evangélica puede entenderse como los rezagos de una costumbre arraigada en América del Norte bajo la influencia de los movimientos pietistas y de la tradición católico-romana en América Latina de la que supuestamente se ha independizado en pos de una sola autoridad: la Biblia.
En resumen, los cristianos protestantes y evangélicos van en contra de sus propios principios cuando se niegan a aceptar que la decisión de aprobar la unión civil de homosexuales sea exclusiva del Estado laico. En cambio, los cristianos católicos son consecuentes cuando se oponen a ello. Pero en ambos casos, lo concreto es que vivimos en una sociedad laica y, más allá de nuestras creencias y convicciones, corresponde respetar la cosmovisión ajena y la decisión de las autoridades.
CHOQUE DE COSMOVISIONES
Por otra parte, sobre esa cosmovisión cristiana, existe mucha desinformación tanto en la cristiandad como en los sectores no cristianos. Quiero limitarme a lo que enseña la Escritura, por ser el territorio que mejor conozco, y que en teoría es que el que aceptan las iglesias evangélicas y protestantes.
Según las Escrituras, la existencia de la humanidad es obra de la inteligencia y voluntad divinas. Es decir, un acto de creación, tal cual se expresa en el libro de Génesis. Y esa creación original del género humano, en perfecta armonía con la voluntad divina, se establece en una dualidad complementaria: hombre y mujer, intrínsecamente asociada a la masculinidad y feminidad. No existe en el pensamiento bíblico disociación al respecto; vale decir, que la voluntad divina solo admite masculinidad en el hombre y feminidad en la mujer y la unión sexual exclusiva heterosexual.
No obstante, a lo largo del Antiguo Testamento, hay un amplio registro de la orientación homosexual, sin que esto signifique su tolerancia en términos religiosos. Es decir, la orientación homosexual no es aprobada como expresión de la voluntad de Dios, sino todo lo contrario: se reseña como contraria a ella, y en el antiguo Israel (una teocracia, donde el poder civil y religioso eran uno solo) era ilegal, un delito severamente penado. Con un matiz diferente se piensa en el Nuevo Testamento. En una cultura que permitía abiertamente la homosexualidad como era la greco-romana, Pablo incluye la vivencia homosexual en la lista de conductas desaprobadas por Dios (pecados) y que impedirán la admisión en el Reino de Jesucristo, aunque tengan aprobación legal.
A la mentalidad moderna, esto debe sonar bastante retrógrado y hacerle muy mala publicidad a la causa de Dios. Pero, sin por ello dorar la píldora, es necesario realizar algunas aclaraciones sobre inferencias que, a mi parecer, son las que en verdad ocasionan gran parte de las susceptibilidades y malos entendidos.
En primer lugar, la palabra “pecado” lleva en sí una carga semántica que ha sido estirada de una manera impropia, usándosele para satanizar algunas conductas y pasar por agua tibia otras (pecados veniales y pecados mortales). Como cualquier exégeta de la Escritura sabe, la acepción más ampliamente registrada es la de “no dar en el blanco”. Esto quiere decir, que la conducta conocida como pecado hace referencia a una conducta o acción humana que apunta en una dirección contraria a la que Dios desea. Y, en una segunda acepción, señala a las tendencias naturales, innatas, genéticas del ser humano que se dirigen hacia aquellas conductas reñidas con la voluntad divina, sin que pueda hacer mucho por evitarlas.
En ese sentido, cuando se habla hoy de la homosexualidad como una orientación sexual innata, aprendida, decidida o aceptada por un ser humano, se equivocan los cristianos que preferirían verla como una “aberración” o una “desviación” antinatural, fruto de violaciones, mala crianza, malos ejemplos o cualquier otra causa. Todo lo contrario: es una orientación totalmente natural de algunos seres humanos.
Lo que la Biblia enseña es que esa orientación natural no comulga con la voluntad divina. Se trata de una valoración moral de esa conducta y orientación, no de una interpretación sicológica. Se trata de una valoración moral a partir de una interpretación antropológica, puesto que nace de lo que la Escritura concibe como ser humano. No se trata de una valoración legal, mucho menos de una valoración existencial.
Vale decir, el hecho de que para los cristianos la Biblia enseñe que la homosexualidad no es una conducta y orientación que Dios apruebe, no quiere decir que Dios haya dado facultades a los cristianos para maltratar, segregar, menospreciar, caricaturizar y negar sus derechos a quienes han decidido que esa es la orientación que quieren darle a sus vidas, porque ni Dios mismo lo hace. Dios expresa en las Escrituras cómo Él quisiera que los seres humanos decidan vivir, pero no impone su voluntad; deja a los seres humanos decidirlo libremente y asumir las consecuencias de sus decisiones. Y algo más importante aún: Jesús expresa que sea cual fuere la decisión que el ser humano tome, lo ama profunda e incondicionalmente, y siempre estará a la espera de que decida lo contrario.
LA PAJA EN EL OJO AJENO
Lastimosamente, y lo digo con no poca vergüenza, los cristianos de todas las confesiones hemos asumido, muchas veces, una absurda actitud de superioridad moral que es completamente contraria a las enseñanzas de Jesús. Como si el hecho de ser cristianos nos confiriera algún tipo de autoridad intrínseca para mirar en la paja del ojo ajeno. Nuestro Maestro nos dice que mejor miremos primero la viga que está en el nuestro.
¿No hay cristianos homosexuales? Preciso aún más la pregunta: ¿acaso no hay cristianos en cuyo interior la demanda homosexual natural, innata, genética, está también presente? Claro que sí. La única diferencia es que, a diferencia de otros seres humanos que han tomado la decisión de vivir en consecuencia con esa orientación, de dejarla aflorar y desarrollarse libremente, los cristianos con tendencia homosexual tomaron la decisión contraria, en su convicción de que prefieren armonizar sus vidas con la voluntad de Dios expresada en las Escrituras, aunque ello implique no pocos conflictos y luchas interiores, para las que se saben asistidos por el poder divino del Espíritu de Cristo que vive en ellos.
Sin duda, esto parecerá una reverenda estupidez para quien no tiene esa misma convicción (o no cree en la existencia del Dios de la Biblia) y será considerado un suicidio emocional para los partidarios de que la más saludable decisión es vivir en concordancia con su orientación homosexual. Pero es aquí donde debe venir en auxilio la otra cara de la tolerancia: esta es una decisión que también debe respetarse, sin caricaturizarla ni ridiculizarla.
Así como el cristiano debe rehuir a la vanidosa pretensión de superioridad moral por considerar que a la luz de la Biblia la orientación homosexual no “da en el blanco” de la voluntad divina (como muchas otras orientaciones de la naturaleza humana), y debe abstenerse de negar a otros seres humanos los mismos derechos legales de los que él goza (la unión civil y el matrimonio, por ejemplo); tampoco el no cristiano debe pretender que el cristianismo abjure de sus creencias para ir en pos de lo “políticamente correcto”.
Para resumir, cito a mi esposa, con quien coincidimos en estas apreciaciones: “El Estado no puede hacer juicios sobre lo que es moral o inmoral, sino sobre lo que es legal o ilegal. El Perú es un estado democrático, de derecho, donde todos debemos ser iguales ante la ley, como lo somos ante los ojos de Dios. Independientemente de nuestras creencias o de lo que consideremos moral o inmoral, negarle derechos civiles a alguien porque no estemos de acuerdo con su vida, también es inmoral. Mientras nuestro país se llame Perú y no Vaticano, las opiniones de líderes eclesiásticos de cualquier denominación o creencia serán simplemente eso: opiniones, posturas o juicios de valor”.
miércoles, 28 de agosto de 2013
Ni machismo ni feminismo, sino todo lo contrario
Escribe Manuel Cadenas Mujica
Sin embargo, como suele suceder cuando se leen textos escritos hace dos mil años con ojos posmodernos y anteojos ideológicos, no se le hace justicia al gran rabino y apóstol. Más allá de aquellas afirmaciones que deben ser interpretadas en su respectivo contexto histórico, situacional, literario y teológico, hay dos elementos que nos permiten desechar esa idea rotundamente. El primero, que igual que Jesucristo, el ministerio de Pablo estuvo siempre compartido hombro a hombro con mujeres, que recibieron responsabilidades muy importantes, como refieren los saludos de sus cartas y otras referencias. Y el segundo, la afirmación más categórica del Nuevo Testamento acerca del rol de la mujer en el reino de Dios:
“Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer,
porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”.
(Gálatas 3:28 Nueva Traducción Viviente).
A fuerza de soslayar estas evidencias y de asumir los prejuicios y modas ideológicas contemporáneas (mayoritariamente ateas o agnósticas), gran parte del pensamiento cristiano y no cristiano no ha sabido tener el cuidado que demanda el viejo refrán medieval recogido por Lutero: “Das Kind nicht mit dem Bade ausschütten”, que traducido es: “No tirar al bebé junto con el agua del baño”. Un refrán que aplica a la locura de quienes, por deshacerse de algo malo, desechan también todo lo bueno.
Decididas a corregir los males que ha traído el machismo a la humanidad –en especial, al género femenino–, o en su afán de prevenir los inconvenientes que el feminismo podría acarrear a las sociedades, ellas y ellos han descartado la profunda sabiduría que contiene el pensamiento bíblico cristiano en relación a los roles diferenciados y complementarios que varones y mujeres han recibido como responsabilidad vital de parte de Dios en la ecología del Reino.
“Ni machismo, ni feminismo, sino todo lo contrario”; si bien como una anecdótica afirmación política resultó jocosamente contradictoria, aplicada a este tema la frase adquiere más bien una dimensión profunda y seria, por cuanto ambos extremos ideológicos han incurrido en iguales distorsiones.
El machismo ha sido definido semánticamente por el DRAE como una expresión derivada de la palabra “macho” que consiste en una actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres. Pero en su sentido más estricto, hace referencia a un conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a promover la negación de la mujer como sujeto. Esto se expresa de diversas maneras: leyes discriminatorias hacia la mujer, diferencia de tratamiento en el caso del adulterio o embarazo prematrimonial, discriminación en las actividades económicas y la división del trabajo, negación del derecho a voto u otros derechos civiles, educación sexista y, cómo no, discriminación religiosa, no podemos negarlo.
Su contraparte, el feminismo, es un conjunto muy amplio de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos, cuyo punto de confluencia es el objetivo de conseguir la igualdad de derechos entre varones y mujeres, en tanto que seres genéricamente humanos. Ideología eminentemente crítica, que se ha definido históricamente por contradicción, ha obtenido importantes cambios sociales: el sufragio femenino, el empleo igualitario, el derecho a solicitar el divorcio, el derecho de controlar sus propios cuerpos y decisiones médicas como el aborto o interrupción voluntaria del embarazo, entre otros.
Hasta ahí, bien con casi todo. Pero precisamente porque equivocadamente el machismo ha pretendido por siglos contar con el aval de la revelación bíblica, el segundo ha terminado “tirando al bebé junto con el agua del baño”. Es decir, ha ido forjando un pensamiento en el que se niega la existencia de un “rol femenino” propiamente dicho fruto de una realidad consubstancial a la mujer, y lo atribuye a la mera construcción cultural. Es decir, cuestiona cualquier construcción de la feminidad y de la mujer –incluido el bíblico– por haber sido forjado en el contexto de una visión del mundo “androcentrista”.
Es más: por esa misma razón el feminismo también cuestiona la construcción de la masculinidad, del concepto de varón, considerándolo igualmente artificial, cultural. De ahí su decidido apoyo a los movimientos homosexuales en su amplia gama de expresiones.
Aquí volvemos a nuestra premisa: no se hace justicia a la Escritura cuando se le atribuye machismo, como tampoco se le haría justicia si se le atribuyese feminismo. Aunque la Palabra de Dios registra, sin duda, el pensamiento y conducta machista del mundo antiguo, eso no quiere decir que lo avale. La revelación divina encarnada luego en Jesucristo nos conduce por otro derrotero que, de un lado, descarta ambos extremos y, de otro, recala en territorios en los que es necesario aceptar como punto de partida una voluntad creadora divina y un diseño de géneros complementario.
En cierto modo, no se equivocaría el feminismo si señalase que este diseño de géneros bíblico es un producto cultural. Claro que lo es. Sin embargo, para los hombres y mujeres que creemos en la existencia de un Ser Supremo Creador de todo lo existente, encarnado y revelado en Jesús de Nazaret, este producto cultural no es humano, pues tiene un origen supremo y perfecto. Uno en el que la feminidad y la masculinidad ni se excluyen ni se atropellan en ningún sentido, sino que, por el contrario crean una sinergia de enorme potencia.
Así, la enseñanza bíblica sobre la sujeción de la esposa al esposo en el matrimonio no es machista en forma alguna si se toma en cuenta que el esposo, como contraparte, tiene el deber de amarla “tal como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella”. Es decir, de una manera sacrificial y superlativa. ¿O acaso pensamos que la obediencia de los hijos a los padres, o de los empleados a sus empleadores, establece una afrenta a su condición igualitariamente humana? Iguales pero diferentes; un juego de roles de perfecta armonía, una ecología social cuyos frutos hablan por sí mismos sanamente aplicados en el núcleo familiar.
Eso no establece supremacías de ningún tipo o supone que en materias como la parental, familiar, laboral o profesional, entre otras, varón o mujer sean más o menos aptos, superiores ninguno respecto del otro. De hecho, las extraordinarias mujeres solteras o viudas que deben asumir el rol de padre y madre (como parece haber sido el caso de la madre del propio Jesús y de varias figuras de la antigüedad bíblica) son una realidad que elimina de plano esa clase de paradigmas machistas (como el de la fortaleza masculina y la debilidad femenina, o el de “los hombres no lloran” y “las mujeres a la cocina”, por citar los menos nocivos) que tanto daño han ocasionado al mensaje de las buenas noticias de Jesucristo.
Que todos los hombres y mujeres que hemos abrazado el mensaje del evangelio podamos vivir plenamente en esa ecología de origen divino. Que nuestra masculinidad y feminidad brillen con la luz intensa del propósito divino, honrando a un Dios que no hace acepción de personas, lejos de machismos obsoletos y de feminismos que terminan arrojando al bebé junto con el agua del baño.
martes, 19 de febrero de 2013
MATERIA GRIS VOL.2 ...LA SAGA CONTINÚA
martes, 15 de mayo de 2012
MATERIA GRIS
Hay en la práctica del cristianismo ciertos temas que, por no estar específicamente mencionados en la Biblia o porque ésta lo hace de forma sobreentendida, se convierten en "materia gris". Digo, porque no es ni blanco ni negro, sino gris. Está pero no está. Es decir sí, pero no.
Estos grises entran en el terreno de lo que podríamos de alguna manera llamar –y solo por ponerle alguna etiqueta– "extrabíblico" y, por lo tanto, están subordinados a la conciencia o al ejercicio práctico-cotidiano del cristianismo, la legislación eclesiástica o a las convicciones y pareceres de los líderes de turno, incluso. También existen temas que pese a estar específicamente mencionados, se han tergiversado por la tradición o han sido víctimas de la mala interpretación bíblica, la influencia pagana o, como ya mencioné, de los intereses personales.
Pero no temáis: por más que mis dedos me arrastren a ello, no me ocuparé de enumerar todos y cada uno de esos puntos grisáceos, como por ejemplo, "no os droguéis", "no fuméis", "no bailéis pega'o", "no seáis ludópata", "morirá por apedreamiento aquél que practique el bullying"… ¡No pues! Si fuese así, Moisés hubiese tenido que escribir el Deuteronomio hasta el día de su muerte y continuaría hasta el día de hoy... Poblechito L
Este post se trata de nosotros: de ti, de mí, de ellos…
Hace años que vengo observando con detenimiento un síndrome al que he bautizado como "descerebramiento voluntario posconversión evangélica", el mismo que consiste en renunciar voluntariamente a la libre capacidad de razonar, de tener opiniones y convicciones personales y de tomar decisiones por sí mismos, así como también aceptar toda clase de normativas y reglas sin la menor oposición –aunque éstas sean contradictorias o descabelladas–, someter cada aspecto de la vida a la sacro-santa estructura evangélica o vivir pisando cáscaras de huevo so pretexto de "aprobación pastoral", entre otras perlas. Un síndrome que, tristemente, no se puede atribuir a algún tipo de lavado cerebral, de reprogramación, de reingeniería o porque pegó, inoportunamente, un rayo en la cabeza. Menos aún, a la proliferación de doctrinas enrevesadas, visiones fantasiosas, a la sancti ordinis1 jerárquica cristiano-evangélica o a los apocalípticos tiempos del fin.
No, señores. Este es asunto, enteramente, de responsabilidad personal.
Tal vez les confunda –o les pare los pelos– esta premisa, tanto como a mí me sorprende comprobar, una y otra vez, que todo esto es triste, pero cierto. Y, acaso, después de leer estas líneas, les desconcierte caer en cuenta –como yo, cuando tomé la pastilla roja y salí de la Matrix– que se encuentran dentro de ese apretujado saco de cristianos con auto-atrofia neuronal (es que ya saben lo que se dice: "lo que no se usa, se atrofia"J).
Me he preguntado durante todo este tiempo el "porqué rayos" del fenómeno "abandono el cerebro en la puerta de la iglesia". He buscado, con ahínco y dedicación, respuestas lógicas e ilógicas, sensatas o que rayen en la locura, paradójicas, y confieso que aunque he quemado una gran cantidad de mis neuronas normofuncionantes, aún no logro entender porqué la gran mayoría de evangélicos, por no decir casi todos, han renunciado tan insensatamente al libre uso de su materia gris. No lo comprendo, porque, ¡vaya!, si Dios no quisiera que usemos el cerebro no se habría esforzado tanto en crear una sofisticada e intrincada red de neuronitas con tan enorme potencial e infinitos recursos, para que finalmente, nosotros, dejemos de usarlo sin ton ni son. Que absurdo.
Si lo pensamos un poquito, los evangélicos están autorizados a tomar decisiones en cualquier ámbito, llámese trabajo, estudios, familia, menos en la iglesia. Es más, corrijo: esas decisiones personales que corresponden al normal ejercicio del ser humano, aunque se trate de personas adultas, están subordinadas a la aprobación y supervisión de las autoridades eclesiásticas. Es como si al cruzar la puerta de entrada, se activara este "virus" en el software, y éste a su vez, un comando que indujera a un fallo generalizado que provocara un movimiento reflejo de desmantelamiento del hardware cerebral, para finalmente abandonarlo y quedar voluntariamente incapacitados para pensar, razonar, deliberar, debatir o usar un don muy divino que se llama sentido común, que son "los conocimientos y las creencias compartidos por una comunidad y considerados como prudentes, lógicos o válidos. Se trata de la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y eventos de forma razonable. Este sentido suele ser mencionado como una capacidad natural de las personas que no requiere de estudio o investigaciones teóricas, sino que surge en la vida cotidiana a partir de las experiencias vividas y de las relaciones sociales."2
Creo que está clarísimo. Pero por si acaso explico para dummies: sentido común es eso que te dice "Peligro: no metas el dedo al enchufe". Como que no hay mucha ciencia en eso ¿no?
Este don, es tan importante que la Biblia nos exhorta a no abandonarlo y si lo hacemos, debemos estar prevenidos de las no pocas consecuencias:
"Hijo mío, no pierdas de vista el sentido común ni el discernimiento. Aférrate a ellos, porque refrescarán tu alma; son como las joyas de un collar" – Proverbios 3:21-22.
"Las palabras sabias provienen de los labios de la gente con entendimiento, pero a los que les falta sentido común, serán castigados con vara" –Proverbios 10:13.
"La persona que se aparta del sentido común terminará en compañía de los muertos" -Proverbios 21:16.
"Escucha, gente necia y sin sentido común, que tiene ojos que no ven, y oídos que no oyen…" – Jeremías 5:21.
Pero, con todo y esas advertencias, lo abandonan, renuncian a su sentido común y lo peor de todo, y probablemente lo más aberrante, es que lo hacen, como repito, por voluntad propia y sin el menor asomo de lástima o arrepentimiento y a mucha honra. Porque a nadie, hasta donde tengo entendido, se le ha puesto una pistola en la cabeza, amarrado a un árbol o hecho cosquillas en los pies.
Despojados de toda voz, razón, lógica, convicciones personales y sentido común, es poco probable –por no decir imposible– que exista una relación sana entre la iglesia y sus miembros. Es más bien, una relación disfuncional. De tal manera que los miembros viven en círculo de temor irracional, inverosímil, en el que predomina el verticalismo, la mentalidad de cerco y las relaciones codependientes de todo tipo y en toda esfera, la mayor parte del tiempo promovidas y alentadas desde el alto clero – y que lamentablemente se replica hacia las autoridades de menor jerarquía y al ámbito familiar, inclusive- quienes a su vez se alimentan de estas relaciones insanas (a sabiendas o no, pero con mucho gusto porque creen estar actuando "según Dios").
¿Por qué?
No estoy del todo segura, pero a manera de teoría podría ensayar lo siguiente:
Es más fácil dejarles la responsabilidad de nuestra propia vida a otros. Al inhibirnos de tomar decisiones, dejamos de asumir las consecuencias que de éstas devienen y nos libramos de culpa. Es decir, trasladamos la carga que nos corresponde por nuestras decisiones.
Es menos agotador no tener que reflexionar.
Es más cómodo que sean los otros quienes distingan por nosotros el bien del mal, que nos digan que hacer. Es más simple no tener que examinar nuestros caminos.
Con dejadez –por no decir flojera de escudriñar las Escrituras con sentido común y pensamiento crítico– nos sometemos dócilmente al verticalismo jerárquico evangélico –que traducido es: "yo soy el pastor y tú la oveja, yo estoy arriba y tú estás abajo"–. Las autoridades –pastores, líderes, guías y similares– con esa mentalidad levantan un muro alrededor de la congregación con normativas y reglas, muchas veces, antibíblicas, aderezadas con generosas raciones de temor y todo con la anuencia de las meee meee… digo, ovejas.
En ese contexto de falsa espiritualidad, estas, mal llamadas, autoridades subyugan a las sumisas lanuditas a su mentalidad de cerco, cuyo argumento, que de bíblico no tiene nada, suena más o menos así:
"El mundo es malo, todo afuera es peligroso, la iglesia –léase nuestra congregación– es el único lugar seguro, solo bajo nuestro "cuidado" te irá todo bien. Aquí no hay maldad. Solo aquí dentro están protegidas de las amenazas mundanas. Solo serás bendecido si te sometes a nuestros principios, nuestro orden y nuestra opinión. No luches. Te estamos observando por tu bien".
¡Qué cosa para más ilusa! (como siempre digo, utopías, solo en los libros).
Solo para muestra, un botón: "Todos los feriados y fiestas importantes debe organizarse una actividad en la iglesia y todos los miembros deben acudir. No debe, por ningún motivo, ir otros sitios, para eso es la actividad en la iglesia y de hacerlo, deben informar detallada y minuciosamente. Además, de ser autorizados, deberán estar acompañados de algún hermano/a, que se haga responsable".
¿No es esto bastante fariseo?
Y después nos quejamos de que "los de afuera" no quieran entrar. Nos tildan de sectarios porque lastimosamente lo somos.
Este cerco de reglas y legislatura establecen, mucho más allá de lo bíblico, políticas restrictivas que tienen como única finalidad ejercer un control insano sobre lo que se piensa, se dice o se hace, según su parecer de lo que es "cristianamente correcto" y lo que es correcto lo dicta su propia interpretación de las Escrituras, su conciencia, su pasado, su ética y valores personales, incluso su inclinación política, su carácter y temperamento. Por ende, los miembros no tienen un norte fijo, no saben a ciencia cierta de qué manera actuar o qué decisión tomar –sean o no zonas grises – y viven reprimiendo sus emociones, sentimientos, gustos y convicciones, por temor a caer en lo que ellos consideran "pecado de rebeldía" –argumento con el que son manipulados constantemente- y sufrir represalias, desaprobación y/o censura, tanto de sus autoridades como de su comunidad y, como además se mueven y estructuran su vida dentro de esa burbuja, son consumidos por el miedo y son despojados de su libertad, cosa por demás antibíblica, porque "…Cristo en verdad nos ha liberado. Ahora asegúrense de permanecer libres y no se esclavicen de nuevo a la ley" – Gálatas 5:1.
Cuando se tergiversa el sentido y propósito primigenio de la autoridad espiritual –de ambos lados-, se crea un sistema jerárquico disfuncional, antibíblico. Donde para darle algún tipo de peso místico a estos puntos grises, indefectiblemente, se invoca el santo nombre de un superior, aunque este superior no haya dicho nada – o tal vez, sí-, es decir "se toma posturas o decisiones en base a lo que presume que quiere la persona más importante." 3
Ojo, al piojo: no critico ni fomento la abolición de autoridades o que no deba existir un cierto nivel de estructura, de organización y planeamiento estratégico. Es, más bien, todo lo contrario y nada tiene que ver con denominaciones o ser una iglesia "grande o pequeña". Dios nos exhorta a tener orden. Pero un orden sabio, un orden cuyo principio sea el AMOR y no el temor o la opresión.
Desglosando un poco y llevándolo ya hacia la vida real, enumeraré tan solo algunas señales que podría indicar una relación "iglesia-miembros" enfermiza:
- Dado que éstos los líderes son considerados como los portavoces de la "versión oficial" de la interpretación bíblica, sus opiniones, convicciones y decisiones son incuestionables. En vista de esta aparente "infalibilidad", el líder se convierte en juez y parte -porque son "puestos por Dios"-, asumiendo un papel que le otorga el derecho divino de subordinar las decisiones personales de sus miembros, como por ejemplo, matrimonio, trabajo secular, servicio ministerial, crianza etc., a su parecer y aprobación, y se les debe obediencia absoluta, sin la menor crítica o cuestionamiento, so pena de ser tenidos por "rebeldes" y ser discriminados –apartados, censurados- de la comunidad cristiana. Tienen además el derecho de usar la culpa, la amenaza, el temor, como armas para amedrentar y frenar cualquier intento de insubordinación o de abandonar la iglesia o grupo, y de hacerlo, se van sin "la bendición".
- Hay un ambiente predominantemente controlador –hay que pedir permiso, dar detalles privados, someter tu agenda - de vigilancia permanente, con énfasis en normativas y reglamentos basados en interpretaciones personales así como a las convicciones y pareceres de los líderes (bien Nazi, ¿no?).
- El principio igualdad entre miembros de la Iglesia de Cristo, es casi nulo, por no decir inexistente, salvo entre pares (pastores con pastores, líderes con líderes). Se ha instalado, en la práctica, un sistema de castas: el clero y el pueblo. Un sistema de origen pagano y régimen totalitario.
- No se enseña la sana doctrina. La Palabra de Dios es manipulada, sacada fuera de contexto, acomodada y estirada como chicle goma, para adaptarla a sus doctrinas, argumentos, al parecer y convicción del predicador, maestro, pastor o líder. Por ejemplo: "no toqueís a mis ungidos" (Salmos 105:15, RV 1960) se usa fuera de contexto y para apoyar la falsa enseñanza de que a los pastores o líderes -quienes además creen ser portadores de una medida extra del Espíritu Santo- no se les debe "tocar" que quiere decir, cuestionar, criticar, desobedecer. Cuando en realidad éste hace referencia, en contexto, a todo el pueblo de Israel como "los ungidos" no a un líder en forma específica. Además, si eres un cristiano nacido de nuevo, entonces tú también eres el ungido de Dios (Joel 2: 29, 1 Juan 2:27, 2 Corintios 1:21, Gálatas 3:28).
En fin. Un largo etcétera, que en vista de lo dicho no voy a revisar.
Todo lo expuesto tiene un nombre y se llama: ABUSO ESPIRITUAL y yo podría agregar: CONSENTIDO.
Sí, ABUSO ESPIRITUAL CONSENTIDO, porque nosotros mismos lo promovemos, nosotros mismos lo buscamos, nosotros mismos lo aceptamos y encima, nos gusta. Esa es la realidad en nuestras iglesias.
Por eso, como dije, este post se trata de ti, de mí, de nosotros.
Convertirse en víctimas de este abuso espiritual consentido es decisión de cada uno. Dejar de serlo, también.
Porque sabiendo lo que sabemos y si no lo sabías ya lo sabes, tenemos la responsabilidad, el deber y derecho, de tomar cartas en el asunto.
Porque ser miembro de una iglesia no es un cheque en blanco. Y no me malinterpreten que de ninguna manera estoy fomentando la sublevación ni estoy organizando un mitin. Estoy, simplemente, animándolos a actuar con la responsabilidad y seriedad que nuestro Señor espera de nosotros frente a cualquier viento de doctrina, líder o aparecido del cielo, es decir, escudriñando las Escrituras siempre, sometiendo toda enseñanza y doctrina al filtro de la Palabra de Dios - sea de quien sea la enseñanza, salga o no salga en la televisión, tenga una congregación grande o chica, escriba o no escriba libros, sea o no nuestra autoridad superior- usando en todo momento y con libertad nuestro sentido común, nuestra lógica. No dejar de decir lo que pensamos, no dejar de actuar de acuerdo a nuestras convicciones, no agachar la cabeza ante cualquier régimen donde nuestra libertad esté seriamente restringida, donde el poder se ejerza por medio del temor, la amenaza y la vigilancia, donde la palabra de un hombre suene más fuerte que la palabra de Dios y la "bendición" – que tan solo la puede otorgar Dios y nos la da lo merezcamos o no, osea es por gracia- está sujeta a la obediencia y sumisión a un ser humano tan imperfecto como tú y como yo.
Moraleja:
Después de muchos años de vivir en ese círculo interminable de temor y caer en cuenta que no es lo que Dios quiere ni pensó para mí, hoy, al entrar a la iglesia, nunca olvido de llevar….mi materia gris.
Sí pues, aunque me excomulguen.
La Rorra
"El propósito de mi instrucción es que todos los creyentes sean llenos del amor que brota de un corazón puro, de una conciencia limpia y de una fe sincera" – 1º Timoteo 1:5
1 Del latín: santa casta.
2 Alvira Domínguez, R., «Sentido común», Gran Enciclopedia Rialp
3 Estilo Management, Diario Gestión, 30.04.12, pag.30
Nota: Todas las citas Bíblicas, salvo la mencionada, pertenecen a la NUEVA TRADUCCION VIVIENTE.
viernes, 24 de febrero de 2012
DE TALENTOS, SACOS, OFENSORES Y OFENDIDOS
Últimamente he vivido fuera de mi caparazón ¡Vaya experiencia! Por un momento me convertí en ser humano y fue rarísimo…estuvo simpática la cosa, pero para repetirla, mmm….
Durante mi aventura fuera en la superficie he aprendido algunas lecciones que quisiera dejarles antes de devolverme a mi pequeña pero muy fuerte y segura caparazón: aislada, desconfiada, escéptica…aunque no tan pegajosa.
La primera es que nunca debemos olvidar el pasado, no para victimizarnos o vivir resentidos, sino justamente, para no olvidar las lecciones que aprendimos con tanto dolor y sufrimiento. Mea culpa, en parte, había olvidado porque nunca saco mi cabeza del caparazón: la gente no me gusta, me asusta y gusta de pisotearnos a nosotros los caracoles para ver como cruje nuestro caparazón y cuanta babita botamos. Lo he dicho millones de veces, pero nunca he dado alguna otra razón que no sea la de mi propio temperamento o mi origen alienígena. Sin embargo, y he aquí otra lección, cada relación es una fuente inagotable de experiencias por aprender…y eso me empuja a curiosear de cuando en vez, aunque tenga que esquivar unos cuantos pies, jejeje…
Hace poco Dios me hablo justamente de eso, de las relaciones interpersonales. En su infinita sabiduría y misericordia quiso mostrarme que cada persona que El pone en nuestro camino es invalorable y pero que además vienen con su propia cuota de responsabilidad –y no de pan- bajo el brazo (aquí otra razón por la que no me gusta la gente). Para ello usó una parábola que nosotros conocemos como la “parábola de los talentos” y que la Nueva Traducción Viviente traduce como “bolsa de dinero”. Pues bien dice que un hombre rico se iba a ir de viaje y llamó a tres de sus sirvientes, les entregó una bolsa de dinero para que lo inviertan como mejor les parecía y se fue sin decir cuando volverá. Tenemos a estos tres tipos con una bolsa de dinero en sus manos preguntándose en qué rayos lo invertirán de tal manera que no pierdan ni un solo centavo de quien, es bien sabido, es un hombre severo que espera los mejores resultados. Así que cada uno, bolsa en mano, se hizo la misma pregunta ¿cómo lograrían complacer a su jefe sin morir en el intento?
DECISIONES, DECISIONES….
El primer hombre, era lo que hoy llamamos un emprendedor, negocia, por aquí y por allá, sigue invirtiendo y multiplica el dinero. Digamos que le va muy bien. No es de los que se rinde ante el primer problema ni tira al tacho todo el esfuerzo y tiempo invertidos hasta el momento, por muy peliaguda que se pueda poner la situación. Por supuesto, que no es cosa fácil, debe arriesgarse, trabajar duro y muchas veces sacrificar su propio beneficio o comodidad, para poder recoger los frutos de ese esfuerzo. Los vínculos que cultivó en este tiempo de mucho trabajo y sacrificio, serán fuertes y trascenderán la relación comercial, porque compartieron mucho más que trabajo, compartieron tiempo y el tiempo es vida.
El segundo, se ahorró la fatiga y depositó el dinero en el banco, donde finalmente daría algún tipo de interés, claro dependiendo de la tasa que le ofrecía la otra parte (el banco). No perdería el dinero, no le costaría nada de esfuerzo porque sería el banco quien se ocuparía de ello, así que lo dejaría “fluir” que crezca de manera “natural, a su ritmo” o como le gusta decir a la gente hoy en día: sin presiones, bien tranqui. Finalmente recogería algún fruto, producto del esfuerzo de la otra parte con quien no llegó a establecer ningún vínculo que trascienda la mera transacción comercial, porque le sirvió para un fin y tiempo específicos.
El tercer hombre cavó un hoyo, escondió el dinero y lo tapó con tierra. No se tomó el trabajo ni de caminar hasta el banco o se arriesgó a invertir en marcianos y venderlos en la costa verde en plena temporada de verano. No, nada de nada. Tenía miedo de perder lo que le encargó el jefe, así que lo enterró olímpicamente y siguió con su vida; y lo olvido como si ese dinero no estuviera reposando en la tierra, esperando por salir y tomar aire. No creo ningún vínculo, ahogó toda posibilidad bajo capas de tierra.
¿Que pasó finalmente? ¡Pues el jefe volvió, qué creen! Y volvió a pedir cuentas. Llamo a los tres y les pidió su dinero y las ganancias, para luego pasar a la etapa de evaluación de resultados: al primero y al segundo los recompensaron, cada uno según su esfuerzo, es decir, el que se arriesgó y multiplicó tuvo más que el segundo que simplemente lo dejó a la deriva. En cuanto al tercero, le fue quitado el dinero, despedido y echado fuera por sus fornidos hombres de seguridad. Y allí afuera, nos lamentamos de no habernos tomado el tiempo, de no haber valorado, de no haber cedido, de no haber correspondido, de no haber arriesgado, de no haber otorgado oportunidades; y deseamos ardientemente volver el tiempo atrás para hacer las cosas de otra manera, pero lamentablemente no contamos con un giroscopio para volver el tiempo atrás.
Como bien dicen, uno no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde…Que no nos pase eso.
DENTRO DEL MISMO SACO
Cada uno de estos hombres nos representan a nosotros: a ti y a mí y esos “talentos” representan a las personas que de una u otra manera comparten nuestras vidas. Aunque no me guste para nada la gente, se que Dios nos rodea de personas con las que creamos lazos, creamos vínculos de toda clase: familiar, amical, romántica, laboral, etc. Todas estas personas entran en nuestro mundo y comparten algo que se llama tiempo y el tiempo, como bien sabemos, es vida. El punto de todo esto es qué hacemos con esos “talentos” que Dios nos da, y lo digo así porque no creo en las coincidencias. Conocemos a alguien no porque coincidentemente se sentaba en la misma banca que yo, sino, porque de alguna manera Dios, en su infinita sabiduría, sabe que en algún momento cumplirá un propósito en nuestras vidas y viceversa. Entonces todos entramos dentro de la misma “bolsa de dinero” o mejor dicho, dentro del mismo saco, por lo cual nuestras vidas están entrelazadas, unidas por el vínculo que nosotros decidamos crear o no crear.
“Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancia. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper”…Leyenda china.
Entonces, llega una persona a nuestra vida –nuestro saco- y tenemos tres opciones:
a. Primera opción: Invertimos tiempo, trabajamos en la relación, procuramos conocer más a esta persona, vamos acercándonos poquito a poco a su corazón. Nos sostenemos mutuamente, nos arriesgamos a abrir nuestro corazón, estrechamos lazos. Muchas veces será fácil, fluido, sin presiones ni problemas, pero otras, nos costará, tendremos que hacer sacrificios, perdonar y olvidar ofensas, dar nuevas oportunidades y recordar que ante todo, nuestro “talento” es tan imperfecto como lo somos nosotros y que por mucho que nos lastimen, hay un vínculo más fuerte que la imperfección o ofensa misma: el amor de Dios que nos une unos.
b. Segunda opción: Conocemos a alguien y dejamos que las cosas sigan su curso. Puede ser…no puede ser…quizá, tal vez… En el mejor de los casos y algún modo probablemente lleguemos a entablar algún tipo de vínculo, pero mientras ésta no demande ningún o muy poco esfuerzo de nuestra parte, no invada nuestro espacio personal y no requiera trabajo o sacrificio, osea que simplemente esté allí, para echar mano de los frutos que salgan “naturalmente” por el esfuerzo e interés de la otra parte. Porque total, no queremos “presiones”.
c. Tercera opción: Conocemos a alguien, pero no queremos problemas, presiones, sufrimientos, ni alegrías, ni invertir tiempo o esfuerzo. Así que los ponemos a un lado, los ignoramos por un tiempo, los dejamos a su suerte sin darle la menor posibilidad de hacer algún tipo de esfuerzo porque la capa de tierra que los cubre dentro del hoyo, es muy gruesa, no se pueden mover, no pueden siquiera respirar, para finalmente, morir de asfixia y soledad. Le fue quitado todo, sin posibilidad de recuperación.
“Los muros que levantamos alrededor nuestro para mantener fuera la tristeza, también dejan fuera el gozo”.
De cualquier modo que decidamos proceder y como dice la parábola, Dios demandará de nuestras manos las vidas que recibimos de su mano, sin importar el vínculo que cultivemos o no cultivemos, nuestra responsabilidad es cuidar y multiplicar esos “talentos” para nuestro Dios.
Así que la pregunta del millón es ¿Qué estamos haciendo con nuestros talentos?
Ahora. Entiendo que la mayor parte del tiempo la gente es complicada, la gente tiene sus rollos, su “carácter”, sus imperfecciones. La gente se equivoca y mucho y todo el tiempo. Qué le hacemos, somos solo meros mortales con chips imperfectos. Sin embargo, esto no justifica o nos exime de la responsabilidad y confianza que Dios ha depositado en nosotros por esas personas.
Me encanta una frase que el zorro le dice al Principito: “Eres responsable de lo que domesticas”. Una vez que el Principito “domesticó” –creó lazos- con el zorro, éste ya nunca fue el mismo, fue un zorro domesticado, un zorro que conocía el valor del vínculo de la amistad. Y por su lado, el Principito valoró el vínculo que había creado con su rosa, era una flor cualquiera, un poco vanidosa, dada al melodrama y muy aniñada, pero “aquella flor perfumaba mi mundo” decía el Principito. El lazo que creó con ella, a pesar de sus fallas, lo acompañó en su búsqueda de otros mundos y que añoró hasta el día que, ya cansado de explorar y de no encontrar nada que llene el lugar que tenia aquella flor en su corazón, volvió a su mundo.
Las cosas están bien cuando todo es lindo, cuando todo es tranquilo y las burbujitas flotan a nuestro alrededor, cuando hay maripositas revoloteando, cuando no hay estrés, cuando la persona no se equivocó, cuando la persona aún no revela su verdadera identidad. Pero una vez que estas personas se quitan el disfraz y dejan ver su humanidad y se equivocan: DIOS LOS LIBRE.
Y lo digo porque quedan a la merced de su propia culpabilidad y en las manos de lo que la víctima decida hacer con el ofensor. No sé ustedes, pero generalmente, los ofensores terminan más heridos que las propias víctimas. Los seres humanos somos los únicos que rematamos a los caídos y añado, el ejército de Dios es el único que mata a sus caídos. Una lástima, cuando tenemos a mano el mejor ejemplo de todos: a Jesucristo mismo.
Tanto el agresor como la víctima pueden tomar varias actitudes y explico: Pongámonos en el caso de alguien que comete un error –cualquier error, equivocación, pecado u ofensa-, que nos lastima, nos hiere, quiebra la confianza que depositamos en ellos y como es natural, nos sentimos dolidos, traicionados y muy enojados. A todos nos ha pasado ¿verdad? Siguiendo con el ejemplo de la parábola, ambos lados tienen tres opciones aquí también: primero, la que muestra arrepentimiento; segundo, la que muestra remordimiento y tercero, la que le llega altamente su falta.
Como dijo Jack el Destripador: Vayamos por partes J :
Primero, el agresor que muestra arrepentimiento. Cuando alguien muestra verdadero arrepentimiento no viene tan solo con el perdón en una mano, sino con el cambio en la otra y ltodo ello envuelto en el firme propósito de hacer restitución por el mal cometido. Ese dolor que los embarga se produce al tomar conciencia de que sus acciones lastimaron a alguien, aunque ese alguien sea uno mismo o sus seres más queridos. Se sabe pecador, sabe que lo que hizo estuvo terriblemente mal y pide perdón sinceramente por ello y tiene una necesidad imperiosa de restituir esa falta. Ese es en teoría un verdadero arrepentimiento.
Tomemos por ejemplo a Pedro, como sabemos, el negó a Jesús tres veces y ¡de qué manera! Pedro sufrió, se avergonzó, lloró amargamente, estaba dolido, sufría mucho. Pero no quedó allí, Pedro se arrepintió, aprendió de sus errores, cambió de actitud y el fruto de ese arrepentimiento fue el luego convertirse en mártir de la iglesia. Pero hubo un proceso en el medio que citaré después. Este es un excelente ejemplo de lo que significa el verdadero arrepentimiento.
Como toda moneda, vamos a la otra cara: la víctima, quien también tiene de donde optar.
Esta el muy clásico “te perdono, no tengo nada contra ti, pero hasta aquí nomás” no le da al agresor la menor posibilidad de hacer restitución y de ese modo sanar su corazón. Todo queda a la mitad, deja al agresor sumido en su dolor y tristeza, sin importar lo genuino de su arrepentimiento.
También está el “te perdono, pero como yo pasé por esto antes y me importas mucho como para que tu también pases por lo mismo que yo pasé, mejor sigue tu camino y yo el mío, porque no quiero que sufras y no quiero verte sufrir” Muy buena esta, cuánto altruismo. Pero aquí los papeles se invierten: el agresor pasa a ser también víctima: tiene que vivir no solo con la culpa de lo que hizo, sino cargar además con las experiencias pasadas de la víctima. La que fue la víctima te te lleva hasta el punto en donde podrías comenzar un proceso de sanidad, pero prefiere dejarte al pie del vacío –con empujoncito y todo- para que tu te las arregles solo –porque total lo que hiciste fue por tu propia voluntad- o que otros, que no pasaron por lo mismo que el que fue el agresor, a lo mejor te ayuden. Pero estas víctimas se olvidan que todas las experiencias que vivimos y de las que con el favor de Dios logramos salir, deben cumplir un propósito: ayudar y sostener a un hermano quien se favorecería con lo que a nosotros tanto nos costó aprender porque alguien también nos lanzó al vacío. Osea, como dije; intercambio de papeles, la víctima ahora se convierte en agresor…aunque queramos creer lo contrario.
Así que pregunto ¿No está demasiado lleno el mundo de dolor, maldad y sufrimiento como para lanzar a alguien verdaderamente arrepentido al vacío a que sufra dolorosamente las consecuencias de sus acciones para que aprenda la lección? Es cierto, cada uno carga con su propia responsabilidad, pero ¿porque no tomar a esa persona quien anhela restituirnos una falta y acompañarla en su camino a la recuperación? ¿Porqué dejarla a tientas en la oscuridad cuando nuestras experiencias pueden guiarlas por el camino? ¿Porqué permitir que alguien que está cerca a nuestro corazón sufra un dolor indescriptible solamente para que aprenda la lección a solas y como a nosotros nos parece? Con una sola palabra o sin ella, podemos pasar de ser víctimas a victimarios. Paulo Coehlo dijo: “Puedes herir con las palabras, pero también con el silencio”.
Que fácil es decir que lo hacemos porque los amamos cuando en realidad lo que estamos haciendo es abandonar a su suerte a ese alguien porque nos ha decepcionado y partido el corazón.
Ese no es el ejemplo que nos dio Jesús. Volvamos a Pedro a quien ya vimos dolido y arrepentido. Pero esa es tan solo la primera parte. Recordemos que el verdadero arrepentimiento viene con tres elementos principales: perdón, cambio y restitución. Jesús lo sabe y terminó ese proceso de la siguiente manera: Jesús llamo a Pedro a un lado; Pedro seguramente, muerto de miedo y con el dolor clavado en su corazón como una estaca, espera, como es normal, que Jesús le recrimine su actitud y lo eche de su círculo y su vida puesto que eso no es lo que esperaba de alguien que él consideraba su amigo, su discípulo, alguien de su confianza. Sin embargo Jesús le hace una solo pregunta tres veces: “Pedro, ¿tu me amas?” el hombre, muy perplejo seguramente, le responde: “Si Señor, tu sabes que te amo”. Ajá, ojo al piojo, Jesús le da la oportunidad a Pedro de expresar no solo su arrepentimiento, sino que reafirma el vínculo de amor que lo une a Jesús quien es su Dios, su Señor y su AMIGO. Pero la cosa no queda ahí. Jesús le dice “apacienta mis ovejas”. Restitución. Aquí Jesús le dio la oportunidad de demostrar ese arrepentimiento no solo reafirmado el lugar que tiene en su corazón sino también mediante una acción específica, algo demostrable, palpable, tangible, aunque esa acción lo llevara a entregar su propia vida, como efectivamente sucedió... Dicho de otro modo Jesús le dijo: “sigues en mi corazón, como sé que sigo en el tuyo, no te dejaré caminar solo, ahora debes demostrar a que valoras esta nueva oportunidad así que te encargo a mis ovejas” Pedro valoró esta oportunidad ¡Y de qué manera lo hizo! Hechos lo relata muy bien.
Para tener las cosas claras: El proceso es: 1. Arrepentimiento, 2. Cambio, y 3. Restitución.
Pero quiero aclarar algo: Si bien el otorgar perdón es una obligación de todo cristiano, muchos de nosotros nos gloriamos en eso, nos regordeamos en nuestra capacidad de “no guardar rencor”, pero sentados en nuestro trono de superioridad moral –porque “yo no tuve la culpa”- difícilmente somos capaces de otorgar oportunidades, las mismas que son un privilegio que nos ha sido dado únicamente a nosotros, para que podamos conocer el perdón en su verdadera dimensión, ese perdón que Dios nos concede a nosotros y que nosotros esperamos recibir de él: perdón total, olvido de nuestras ofensas y nuevas oportunidades para que podamos volver a vivir, tener la ocasión de hacer restitución y para que a su vez, nuestras corazones sean sanados…”mucho ama al que mucho se le perdona”.
Les ruego pues, no seamos duros de corazón, no seamos orgullosos ni mezquinos con nuestro privilegio. Las oportunidades que nosotros decidamos dar pueden enriquecer nuestras vidas de una manera que jamás imaginamos. Solo es cuestión de tener fe y arriesgarnos con ese talento y Dios prosperará esa obra y lo hará fructificar en nuestras manos.
Es bueno recordar el Padre Nuestro “perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Menos mal que Dios no aplica esa norma cuando nosotros pedimos perdón y queremos una nueva oportunidad ¿no?
“Los arrepentimientos vienen en todas las formas y tamaños: algunos son pequeños, como cuando haces algo por una buena razón. Algunos son mas grandes, como cuando decepcionas a un amigo…Pero nuestros arrepentimientos más grandes no son por las cosas que hemos hecho, sino por las que no hicimos, cosas que no dijimos, que pueden salvar a alguien por quien te preocupas, especialmente cuando puedes ver la oscura piedra que se interpone en su camino”
En segundo lugar tenemos al que muestra remordimiento ¿Cual es la diferencia? El remordimiento se produce por el conocimiento de la maldad de los hechos, pero que es incapaz de pedir perdón y carece del deseo de hacer restitución, es decir tan solo busca librarse del sentimiento de culpa, del dedo acusador frente a el. Esta persona es llevada por el dolor de la culpa hasta el camino de la destrucción y la muerte. Este es le caso de Judas Iscariote. Ver a Jesús siendo maltratado le produjo remordimiento y quiso librarse de esa culpa devolviendo las piezas de plata. No pudo soportar el dolor, no buscó ni recibió ayuda, el dolor lo traspasó de tal manera que no consideró otra salida que la del suicidio. El se ahorcó. ¿Puede la victima perdonar aunque sea evidente que el agresor solo busca alivio para su propia culpa? Sí, puede y debe. En cuanto a la oportunidad de restitución, en este caso, podría otorgarse, depende de la víctima, pero no siempre producirá algún tipo de cambio en el agresor, pues solo estaría escapando del remordimiento haciendo una elección que podría ser la mas aceptable o correcta. ¿Puede alguien con remordimiento llegar a arrepentirse genuinamente? Soy de las convencidas de que sí se puede. Dios puede obrar de cualquier manera, es un misterio esto pues puede usar incluso a alguien tan imperfecto como tu o como yo.
En tercer lugar y por último tenemos al que se justifica a sí mismo y no siente ni arrepentimiento ni remordimiento. Se escuda detrás de sus imperfecciones y fallas de carácter y se enorgullece de ellos, pues “así soy yo, si me quieres bien y sino, piña”, “el que me quiere, me quiere así, sino entonces no me quiere”. Esta persona no tiene conciencia de pecado, no esta consciente de que sus acciones lastiman a quienes lo rodean o a sí mismos. Podemos perdonarlos, sí. Pero muchas veces estas personas no buscan perdón, ni librarse de la culpa porque no la sienten. La víctima, generalmente, queda sola y requiere de ayuda para restaurar su corazón. El vínculo, probablemente, nunca podrá ser restaurado.
Queridos amigos:
Antes de volver a mi trinchera, a vivir para adentro y no para afuera quiero dejarles algunas reflexiones:
Algunos de nosotros nos encontramos decidiendo si vale la pena el sacrificio y el esfuerzo de restaurar un vínculo que de alguna manera se rompió, quizá, como es normal, en aras de proteger nuestro ya vapuleado corazón, mientras vemos a la otra persona sufrir y dolerse por un arrepentimiento genuino delante de nuestros ojos. Y nos encontramos frente a esta encrucijada: a lo mejor asustados, confundidos, sin saber qué hacer porque nuestro propio dolor por la ofensa que nos hicieron, nos paraliza y nos ciega, y en ese desconcierto apelamos a nuestro natural derecho de instalamos en nuestro trono de víctimas superiormente morales y les pedimos a nuestros ofensores tiempo, les pedimos calma, pero los dejamos ahí, con el proceso a la mitad; nos quedamos en el “te perdono”, mientras que aún entre las manos de ese ofensor arrepentido queda el cambio y la restitución, esperando con angustia una respuesta que los conduzca al cambio, clamando por una nueva oportunidad que les permita restituir; están allí abandonados y solos en su dolor y nos olvidamos o decidimos ignorar que este ser humano, muere cada segundo de esta espera por desgarramiento y pulverización del corazón.
Sé que se necesita valor y coraje para abrirse a alguien, también que se necesita aún más valor y fe para otorgar nuevas oportunidades, porque después de todo nos hirieron. ¿Qué hacer entonces, como actuar? No lo sé, tan solo que sé cómo actuó Jesús y que esa vida continúa en nuestras manos.
Pero que puedo saber yo de esto, es solo una más de mis teorías.
Lo que sí se, es que se necesita ser muy valiente para dar ese otro paso:
Tomar de la mano a tu agresor, mirarlo a los ojos y decirle “Aunque todo esté muy oscuro para ambos, aunque la herida aún me duele, no te dejaré solo, yo voy contigo, porque el amor que nos une, proviene de Dios”.
De vuelta a mi caparazón….
Con muchísimo K-riño,
La Rorra