No sé ustedes, pero la mayor parte del tiempo me pregunto el porqué de las cosas que suceden. Quizá la fe no me alcanza para no cuestionar las razones y motivos misteriosos de Dios detrás de esos acontecimientos. Perdónenme por no cumplir con sus expectativas mis estimados, pero en ángel aún no me he convertido, pues.
Tendemos y nos gusta creer que la vida debe ser como un carrusel, todos trepaditos en nuestros seguros caballitos desde donde saludamos con una sonrisa Kolinos a nuestros padres, mientras damos vueltas lenta e interminablemente, felices, tranquilos y sin sobresaltos. No está mal pensar de esa manera, al contrario, creo que todos queremos una vida tranquila, pacífica, sin problemas, porque, a mi parecer, el plan de Dios era que gocemos de una vida así y por eso el anhelo que hay en nuestro corazón por quietud. Y lo digo porque dudo mucho que ahí, en el Edén, se hubiesen desatado batallas épicas entre elefantes y conejos por el territorio de la esquina junto al río Eufrates y que Adán andara estresado y enfurecido mediando entre zorros y ovejitas, mientras una Eva deprimidísima, viviendo en medio de la inseguridad y en soledad porque su marido está demasiado busy, lava interminables pilas de pañales, reciclables, por supuesto. Pero la realidad, por mucho que lo neguemos o no nos guste, señala lo contrario: la vida es más parecida a una montaña rusa, con todas esas emociones, con todas esas subidas y bajadas y vueltas y caminos y bifurcaciones. Y todo es una suma de experiencias buenas y malas, lindas y desagradables. Y aunque todo el mundo parece saberlo como que no lo hemos asimilado del todo y nos frustramos con Dios, con la vida, con nuestra familia, con nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestro trabajo, porque no son capaces de darnos la tranquilidad y paz que anhelamos.
Confieso que he reflexionado acerca de eso (demasiado, creo) porque aunque he procurado tener y dar tranquilidad y paz para mí misma y para quienes me rodean, me he equivocando en redondo una y otra y otra vez tan solo para volver a equivocarme, nuevamente. Y le hecho esa pregunta a Dios tantísimas veces en la última semana y nada, no tengo respuesta, tan solo unas cuantas de mis enredadas teorías y bueno, enredémonos juntos, así que ahí voy:
Nadie cae en ese hoyo negro de la noche a la mañana, del mismo modo, nadie sale de la noche a la mañana tampoco. Mientras nos alumbra el día y el sol nos enceguece la vista, no nos damos cuenta, que frente a nosotros está, precisamente, ese hoyo y cuando caemos, nos quedamos ciegos y preguntándonos ¿qué rayos pasó? sin saber qué camino tomar, qué podemos esperar y nos enojamos y culpamos a cualquiera o a nosotros mismos y nos deprimimos.
Caminar en la oscuridad, atravesando un gran e interminable hoyo donde todo es demasiado negro y demasiado aterrador, donde rogamos por un minúsculo y miserable cuarto de rayo de luz que nos de, al menos, algún tipo de visión nebulosa de los motivos, de los porqué de esa situación, no parece ser nada bueno, lindo o alentador, más bien suena terrible y hasta sádico. De este hoyo hay quienes salen por su propio pie, otros que requirieron de ayuda y otros que simplemente, no salieron del lugar de desesperación, donde toda esperanza se difumina y la fe no alcanza, donde pensamos y sentimos que moriremos por descuartizamiento y pulverización del corazón.
¿Y la gran pregunta sería porqué? Hoy no estoy muy segura de eso.
“Te daré tesoros escondidos en la oscuridad, riquezas secretas. Lo haré para que sepas que yo soy el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre” Isaías 45:3 (NTV).
Ya ¿quiere decir que para encontrar esos tesoros hay que adentrarse en la oscuridad? Aparentemente sí.
Si nos detenemos un poquito, ladeamos un poco la cabecita y lo pensamos otro tanto, nos daremos cuenta que hay ciertas cosas que uno no puede ver y aprender a plena luz, se que suena contradictorio porque necesitamos de luz para ver, pero de algún modo necesitamos perder esa visión de nuestra actualidad que no nos permite darnos el tiempo y la calma necesarias para que Dios pueda trabajar en nuestro corazón. Y si lo consideramos desde esta perspectiva, quizá le encontramos sentido a esa experiencia desgarradora y finalmente obtendremos respuesta a un mejor pregunta ¿PARA QUÉ? ¿Qué lección? ¿Qué cambio? ¿Qué plan, Señor?
Preguntas y más preguntas y ahora ¿qué?.
Ahora viene el tiempo de espera. El tiempo de esperar en Dios. Pero esperar no es un tiempo de pasividad o brazos caídos. Es un tiempo de preparación. Esperar significa aceptar el hoyo, sabiendo que es para nuestro bien, aunque suene a contradicción. Esperar también significa admitir que existe un problema, no por nada estamos donde estamos ¿verdad? A lo mejor es una herida del pasado que aún duele, un mal hábito, un vicio, una mala enseñanza, un capítulo inconcluso o tan solo la necesidad de recibir consuelo. Pero está ahí y nos quita la paz y la oportunidad de disfrutar de las bendiciones que Dios pone delante nuestro día a día, no nos permite amar y recibir amor.
Y a veces queremos admitirlo, que estamos mal, hasta las patas, pero el orgullo nos impide reconocerlo y preferimos voltear la mirada y no nos deja pedir ayuda y ser honestos con nosotros mismos y con quienes nos rodean, porque preferimos salir solos, con nuestras fuerzas y por nuestros propios pies para que nadie nos lastime otra vez, porque queremos proteger lo que queda de nuestro corazón y suena lógico, al menos para mi, pero está mal. Dios ha puesto otros marcianos en esta roca para sostenernos, no estamos solos, hay gente a nuestro alrededor que nos ama. Pero más que nada, es un tiempo para respirar hondo y ser sanados bajo las alas de nuestro Padre y Dios.
Salir de ese pozo les tomará a algunos más tiempo que a otros. O quizá ya estemos fuera pero aún nos equivocamos y todavía tenemos dudas y aún necesitamos de los demás pero sobre todo de Dios para continuar nuestro camino, pero ¿saben qué? En estos días he aprendido que Dios nunca, pero nunca te deja solo y ese consuelo que necesitas, ese abrazo amoroso de Dios llegará a nosotros como un bálsamo a través de su Palabra, de una mano amiga, de una palabra de aliento de alguien que ni te imaginas o de esa simple respuesta que, aunque ya no te quedaba la menor esperanza de recibir, finalmente llega.
Abrazos a todos....
La Rorra
PD Lo sé, no es mi estilo... pero ya vuelvo, ñaca ñaca....
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