martes, 25 de mayo de 2010
ESTUDIO SOBRE LA CONFESION POSITIVA
viernes, 21 de mayo de 2010
martes, 11 de mayo de 2010
HECHOS #5: DISCIPLINA: ¿NEGOCIACION O VARAZO?
Hoy en día ser padre es extremadamente difícil: ese es otro hecho. Es andar cada día sobre una cuerda floja sobre el edificio más alto y sin paracaídas, nos tiene cada segundo con el alma en vilo ¿verdad? pero es a la vez es la bendición más grande que Dios ha podido conceder a sus hijos.
El corazón de un padre es doblemente grande y sus preocupaciones y responsabilidades también. Velar por otra vida además de la nuestra es difícil sobre todo cuando andamos con las justas con nuestro propio espíritu. Lo digo como quien lo vive cada día y aunque soy de las que sufre en silencio, decidí escribir esta pequeña reflexión porque me han llegado muchos, muchos mails de padres con están atravesando problemas con sus hijos.
Tendemos a pensar que por el hecho de ser cristianos se nos facilitan las cosas. Lo cierto en esa creencia es que no es nada cierto. Nadamos contra la corriente en el día a día y nuestra labor como padres no se escapa de esta realidad. El mundo nos dice una cosa, la Biblia nos dice otra. Cuando mi hija recién nació la onda de los pediatras era que teníamos que darles de comer (lactar) cada vez que tenían hambre (no sé si la onda sigue igual) resultado: el niño come cuando le da la gana y así algo tan sencillo, mundano y práctico puede ocasionarnos mil problemas, en este caso, por ejemplo, yo no dormía, mi hija lloraba todo el santo día, estaba de mal humor, etc. Por lo tanto y como moraleja: antes de poner en práctica algo, debemos usar nuestro cerebro, nuestro sentido común y nuestra Biblia, porque ¿somos cristianos no?
Pero vayamos al grano.
EL ARBOL SE TUERCE POR FALTA DE GUIA
Un día decidimos tener un árbol. Nos hacemos con la semilla y la plantamos. Este árbol va creciendo y requiere cuidado, tienes que alimentarlo, plantarlo en un lugar adecuado para que tenga aire, sol, para que sus raíces puedan crecer sin causar daño a la estructura que lo rodea o a sí mismo, tienes podarlo, etc. ¿pero qué pasa? Un día nos levantamos y vemos que las raíces de nuestro arbolito levantaron el piso de la sala ¡rayos! entonces nos enojamos con el árbol, tratamos de arreglar el desastre y después, una vez pasada la tormenta, nos olvidamos del asunto. El árbol continúa su estática vida, siguiendo su ciclo vital, insertando cada vez más profundamente sus raíces y luego ¡plop! ¡el tronco creció torcido! ¿qué hacemos? Nos enojamos una vez más con el árbol, llamamos al jardinero y como el árbol ya está grande no nos queda otra que cortar el tronco y esperar a que crezca y esta vez esperamos que no se tuerza y para ello, los jardineros usan un “palito” amarrado al tronco para que le sirva de guía y no se tuerza. Por supuesto, otros más radicales simplemente sacan el árbol de raíz y punto: fin del problema.
Un hijo es como un árbol. No es simplemente traerlo al mundo y ya. Tampoco podemos alimentarlos, vestirlos, mandarlos al colegio y darles plata y pensar que esa es toda nuestra labor como padres o a lo mejor pretender que como somos cristianos nuestros hijos serán naturalmente lindos y obedientes, porque repito, somos cristianos y el Espíritu de Dios y tararí tarará. No, para nada. Cada niño es como es: un roble, un ciprés, un pino, un álamo, un fresno, una palmera. Algunos crecen naturalmente fuertes otros requieren de más cuidado, otros muestran sus frutos rápidamente otros tardan muchos años, otros son decorativos y otros son altos y longevos. Cada niño es único, con sus propias cualidades, sus virtudes y sus defectos. Siempre he escuchado que los hijos son la extensión de los padres: nada más equivocado, nada más fuera de la realidad ¡los hijos no son la extensión de nadie! Partamos por ahí. Tenemos un hijo y lo primero que debemos entender es que es una persona diferente a nosotros. A medida que va creciendo, incluso desde las primeras horas, vamos conociendo su carácter y sus preferencias. Cuando mi hija nació estuve por un tiempo con mi mamá y la verdad es que no entendía muy bien a mi hija, entonces mi mami me iba diciendo “tiene sueño”, “está aburrida”, “tiene hambre” (claro, la experiencia, pero mi mami captó más rápido el carácter de mi hija) y así poco a poco, aprendí a distinguir necesidad vs. reacción y de qué manera tenía que actuar yo como mamá. Así es hasta el día de hoy: acción – reacción.
APLICANDO LA DISCIPLINA
Ya que no existe un colegio pre-paternal tenemos que ir aprendiendo en el camino. Lo cierto es que nuestra obligación es corregir a nuestros hijos. Entonces, cuando llega el momento nos preguntamos ¿cuál es la forma correcta de disciplinar a los chicos? ¿qué debo y que no debo hacer? Tal como mencioné en párrafos anteriores, cada niño es diferente, lo que funciona con uno puede no funcionar con otro, llegar al punto adecuado toma tiempo y lamentablemente tenemos que usar el método de ensayo y error. ¿Usamos la tradicional nalgada o les quitamos algo? ¿Los mandamos al rincón o los dejamos sin postre o les damos un azote?
Esta es la moda actual, la negociación, la onda psicológica de “jamás una nalgada” “jamás un cachetazo” es lo que los padres de hoy en día optan para que los niños obedezcan o se porten bien o cumplan con sus obligaciones.
Entendamos que no somos negociadores. Nosotros somos los padres y ellos los hijos. Nosotros los formadores y ellos los que necesitan ser corregidos. Al “negociar” con ellos nos ponemos al mismo nivel que los niños y les entregamos un poder que no deben tener, estamos cediendo la autoridad que Dios nos ha dado y eludiendo nuestra responsabilidad. Explicar, no es sinónimo de “negociar” vale decir, “si haces esto, yo hago aquello”. Por supuesto hay cosas y cosas que se pueden “negociar” con los hijos, pero nunca al aplicar la disciplina.
Para que la corrección sea eficiente que diferenciar entre el uso de la vara y el azote y lo explica el Salmo 89:32. Hay travesuras y maldad. Hay cosas que merecen ser corregidas con un simple “te quedas sin postre”, otras que merecen una “nalgada” y otras que merecen ser castigadas de otra manera. Y vuelvo a repetir, no estoy hablando de maltrato infantil. No se te ocurra abrirle la cabeza a patadas ¡por favor! ¿Debe haber diálogo? Definitivamente que sí. Hay que explicarle qué hizo mal y porqué está mal y aplicar la corrección. Les contaré que particularmente me cuesta mucho esta última parte, digo, la de aplicar la corrección porque como ya mencioné antes, soy recontra consentidora. Pero mi mamá siempre me recuerda que ella sigue creciendo y que ya no es una bebé y si no la corrijo ahora, luego será muy tarde y la culpa será mía, porque el trabajo de ajustar la guía me ha sido encomendada a mí y a su papá. Yo puedo hablar hasta que se me caiga la lengua, pero aplicar el castigo, sobre todo ahora que está adolescente, me cuesta muchísimo, lo reconozco, pero hay que hacerlo aunque nos duela a las dos.
Entendamos que si no estamos dispuestos a corregir a nuestros hijos, entonces, no estamos amándolos. Si no los corregimos a tiempo, entonces, el tronco se tuerce y si pasamos dejar el tiempo, enderezarlo puede que ya no esté en nuestras manos, un buen cachete a tiempo puede ahorrarles una vida de desdichas y lamentos.
Es cierto, es otro hecho. Nuestros hijos, como ya me recuerda mi mamá, crecen, se vuelven adultos y toman sus propias decisiones. Yo siempre le digo a mi hija: “Ay hijita ¿porqué no te quedaste en mi barriga?” La necesidad de proteger a nuestros hijos es un regalo adicional de parte de Dios. Ese instinto de protección, de mamá gallina se despierta conmigo cada día y me impulsa, incluso a la sobreprotección. Es extremadamente útil algunas veces, nos hace ser más avispados, a estar alertas contra los peligros reales e imaginarios, pero a veces nos ciega al punto de verlos como bebés, como nuestros pequeñitos que van babeando mientras gatean por la sala y van directamente con el dedo extendido hacia el enchufe y nosotros corremos como poseídos para evitar que se electrocuten. Pero esta etapa no dura toda la vida. Por ello, la necesidad de corregir, de disciplinar, de ajustar la guía a tiempo, para que llegado del momento nuestros hijos se equivoquen lo menos posible y ojo que digo lo menos posible, porque infalibles no son. Cuando ya llegan a cierta edad, no podemos impedir que tomen sus propias decisiones y que carguen con las consecuencias de ello, sean estas para bien o para mal. Se van a equivocar, los veremos tropezar y nosotros debemos estar ahí para ayudarlos. Lamentablemente, cuando ya son mayores de edad no podemos decidir por ellos, no podemos asumir las consecuencias de sus errores, no podemos hacer que por ejemplo vayan al a iglesia, que oren, que se porten bien, etc. Si no hemos ajustado la guía, si no hemos corregido, ellos van a actuar en consecuencia de lo que les dicta su naturaleza e incluso, si lo hemos hecho y ellos igual lo hacen, no podemos hacer nada más que orar, aconsejar y ayudar.
El domingo pasado (digo el 9 de mayo) celebramos el día de la madre. Estuve junto con mi familia y conversábamos respecto a nuestros hijos. No importaba si era la abuela o la madre con hijos adultos o la madre con hijos pequeños, todos teníamos algo en común: preocupación por nuestros hijos y cuando ya son grandes a veces nos sentimos impotentes porque no podemos tomar las decisiones por ellos, porque no podemos meternos a empujones a sus vidas, porque nosotros vemos el abismo al que se dirigen ellos alegremente y aunque se los indiquemos con luces de neón ellos siguen andando ligeritos hacia un error garrafal y nos duele. Pero así son las cosas. ¿Qué nos queda por hacer? Orar. Yo oro por mi hija. Mi mamá ora por mí y por mi hermano. Y así, los padres cubrimos en oración a nuestros hijos encomendándolos a Aquél que todo lo puede.
Y como quien no quiere la cosa. Los padres no somos infalibles. Me ha tocado disculparme en muchas oportunidades y en ello también hay una lección para nuestros hijos. Gente, los hijos no vienen con manual incluido. Los hijos no son todos iguales, ni siquiera igual a nosotros y podemos equivocarnos. Estoy segura que a todos nosotros los padres nos gustaría ser omnipresentes y todopoderosos ¿o no? Me gustaría haber estado cuando a mi hija le “llovió” una niña y le rompió el diente, me gustaría estar en el salón de clases y jalarle la oreja cuando anda “carteándose” con la niña del costado y no presta atención a la clase o saber qué es lo que le hace sentir triste cuando ella no me lo quiere decir. Y así supongo que somos todos los padres.
Confiemos pues, en el mejor Padre del Universo, el más sabio y el más amoroso, sigamos las instrucciones que él nos ha dejado para criar a nuestros hijos, usemos las herramientas que él ha dispuesto para nosotros y finalmente, descansemos en El y tengamos paz, porque entendamos algo, es cierto que Dios nos ha bendecido con hijos, El nos los dio, pero nada es nuestro, ni siquiera ellos.